El país se rompía y había que hacer algo. Unos cuantos jóvenes de familias bien, de esas que habían heredado las dotes de mando de los vencedores en aquella infausta guerra, decidieron que era hora de tomar relevancia política y presentaron un nuevo partido, un eslogan, un color, un logotipo innovador y el respaldo de muchísimas empresas de peso de amigos y familiares.
El partido se autodefinía como regeneracionista, o, lo que es lo mismo, que se afanaba por devolver a primera fila los rancios valores de unidad patria, valores conservadores, ultraliberalismo en lo económico, división clasista, supremacía racial y segregación de género. Ahora sólo había que convencer a los inevitables electores de que su modernidad chapada a la antigua era lo mejor y que si otrora estas ideas habían funcionado, para sus creadores, sobre todo, bien podía repetirse el esquema, aunque perjudicara a las clases trabajadoras y a las mujeres de toda condición. Pero con un poco de maquillaje, hasta incautos e incautas de futuro más que incierto los sustentarían en las urnas.
El caballo de batalla era la unidad territorial. Había que fundamentar la fraternidad de todos los habitantes del país. Se dedicaban a repetir con ahínco este abrazo fraternal. Un abrazo fraternal que no se creían ni ellos, pues, mientras suscribían dicha unión fraternal en su discurso, a la tercera frase ya volvían a despotricar de todas aquellas identidades no uniformes con su pensamiento.
Degeneracionistas vestidos como sus abuelos. La chica, como en las pelis que no pasan el test de Bedchel, está por la cuota de paridad de la que tanto discrepan en la intimidad.
Su discurso se desdecía en dos segundos. Llamar a la igualdad fraternal para, acto seguido, echar la culpa de todas las desgracias a los rompedores de la nación, a los que hablaban otros odiosos idiomas, o a los que pensaban de manera crítica. Su discurso incongruente demolía su afán de cohesión en hermandad patriótica.
Y allá se presentaron, en las elecciones, con la ventaja que da tener la pasta de los empresarios y los medios de información de su parte, poseer a la ciudadanía idiotizada gracias a un denodado esfuerzo por lobotomizar su sentido crítico en las escuelas y encontrar al electorado más abúlico del mundo incapaz de sentir curiosidad por saber qué dirección va a tomar la política de estado sobre sus derechos y libertades.
Y ganaron, aquellos que abogaban por la unidad de un estado que juraban que otros rompían y cuyo líder sólo veía españoles mirara donde mirara. Irónicamente fue la rabia contenida de los miembros y simpatizantes de su partido los que acabaron por romper el país. Promulgaron leyes inconcebibles sobre prohibiciones de idiomas, vetos a identidades y expresiones culturales despreciadas por el centralismo regenerador, leyes retrógradas sobre el cuerpo de las mujeres, leyes que beneficiaban a los empresarios y maniataban a la clase trabajadora. Ellos, que querían regenerar el país degeneraron su salud ciudadana y su vitalidad.
El partido degeneracionista. El partido que pretendía salvar el país y acabó hundiendo a sus paisanos. decían que era por la patria, pero no tenían otra patria que sus propios culos forrados y sus compatriotas no significaban nada.
Ya no hubo nada que hacer. El país se rompió definitivamente de tanto usar su nombre.
Marco
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Aitor Arregi y Jon Garaño me parecen dos buenos directores, tanto cuando
trabajan juntos como por separado. La única película suya que no me gustó
fue Han...
Hace 1 semana
2 comentarios:
El primer párrafo parece la entradilla de "El equipo A"...así leído por un señor de voz televisiva y con fondo de tamborcillos militares...
Robin: Ahí va, pues sí. Jaaaajaja. Ya estoy viendo a Casado fumándose un puraco con guantes de cuero negro y a Rivera vestido con mono de mecánico y siete kilos de bisutería encima.
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