Tengo un bló

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Tmeo, la mejor revista de humor

miércoles, 26 de enero de 2022

¿Quieren guerra?

El viejo de la casa blanca va a hacer bueno al chulopiscinas de Trump y mira que eso era difícil. Ese matusalén de Washington al que algún geriatra debería hacer un chequeo para ver si está capacitado para gobernar, si no es que "lo gobiernan", nos va a meter en un lío enorme porque algunos cabrones sólo piensan en hacer dinero a costa de las vidas de los demás.

La prensa de mierda de este país, como todas las prensas que pastan en los prados de la OTAN, te cuentan que los rusos están armándose en la frontera con Ucrania. Que en Bulgaria se estén amontonando un montón de soldaditos, carne de cañón otánica, no cuenta. Que manden un montón de buques de guerra a navegar por el mar Negro también es de lo más "inocente".




Putin no será un santo pero su país fue capaz de presentar un pacto de no agresión en diciembre que EEUU no apreció y no hay mayor osadía que despreciar a un país que tiene su fuerza como es Rusia. Rusia tendió la mano pero a EEUU no le interesa respetar lo pactado veinticinco años atrás.

Luego está la UE, ese club pasado de moda que cree que sus sanciones han de asustar a Rusia y sólo sirven para que los europeos tengan que pagar el gas más caro ya que en vez de comprárselo a Rusia se lo comprarán al "amigo americano".

En fin, lo de siempre. Nos intoxican con noticias de mierda haciendo pasar por más culpable al enemigo cuando los que mandan en tu país si no hacen lo mismo porque no tienen medios es porque apoyan al otro matón de la pelea. Nos traen la guerra a la puerta de casa mientras los que la jalean y esperan beneficios viven a salvo a miles de kilómetros y nos van a amargar los próximos días. Eso sí, cuando todo haya pasado ya sacarán un porrón de pelis de Hollywood contándonos esa verdad inamovible sobre lo taimados que eran los malvados y lo pacíficos, guapos y buenos que eran los héroes que ametrallaban y bombardeaban para que tú puedas saborear la libertad.

jueves, 13 de enero de 2022

Coronabicho

Quizá la inmunidad de rebaño venga del hecho de que somos todos unos borregos. Hay quien defiende la idea de que nos infectamos porque no hemos aprendido nada y, la verdad, no conozco a nadie que vaya morreándose con cada desconocido con el que se cruza ni chupando pasamanos y botones de ascensor a     ver qué gérmenes recolecta.

Seamos serios y pensemos ¿Conocéis a alguien que vaya en plan kamikaze de esta manera? Si la gente viene sin mascarilla y pide perdón avergonzada porque resulta que se le ha roto la goma que las sujeta. Seguro que sí conocéis a más de uno que se ha infectado sin saber cómo y eso que no deja el morro al aire libre ni para beber agua. Pero, no, resulta que nos inculcan de manera falaz, que los culpables son aquellos que no se quieren vacunar. Lo cual es una manera de discriminar mediante el odio y de culpabilizar de todas las variantes con apellido del alfabeto heleno a gente que no tiene por qué tener nada que ver en el tema aunque tenga reticencias para la vacunación, sea por el motivo que sea.  Que aquí se infectan vacunados y no vacunados y eso de ir culpabilizando a diestro y siniestro es un acto cobarde y descerebrado.

¡¡¡Culpableeee!!!



Ahora más que nunca el contagio se está expandiendo. Cada día me encuentro bajas de compañeros en mi entorno laboral. Es natural. Las infecciones víricas de las vías respiratorias hacen su agosto en enero. Habrá que resignarse porque al final caeremos la mayoría.  No obstante, yo dejaría de hacer caso a tanto ruido mediático convenientemente interesado. No hay nadie que vaya contagiando alegremente. Eso no es cierto. La única epidemia de la que sí somos culpables de contagiarnos es de idiocia.

martes, 4 de enero de 2022

Olentzero, uno de enero

Ya estamos en el año nuevo y yo sigo con el mismo ajetreo viejuno. Ni cinco minutos para ponerme a disfrutar delante de la página en blanco.  La culpa la tiene el exceso de trabajo, pero no nos podemos quejar, como en las viejas dictaduras y ese chiste tan literal del "no nos podemos quejar".

Aún da los últimos coletazos esta peculiaridad del calendario llamada navidad entre nosotros y por eso seguimos sufriendo un bucle de villancicos con ritmo cascabelero. No me libro ni en el trabajo y, he de decir, además que es por culpa mía. Harta de esas estridentes voces infantiles cantando a los burritos, a las campanas o a los peces en el río, yo me remendaba, yo me remendé, desempolvé un buen disco de canciones de navidad vascas que grabó hace ya mucho la coral Andra Mari con la Orquesta Sinfónica de Euskadi.

A uno de los jefes le gusta escuchar música mientras se dedica a sus tareas, pero cuando acabó el tercer pase del disco yo lo cambié por címbalos y flautines ayurvédicos. Mi jefe, entonces, me envió un whatsapp con el escueto mensaje "pon villancicos". Y volví al Oi, Bethleem, birjiña maite y el inefable hator, hator. 

Y, cuando acabó de pasar la clientela, el jefe me dice que cómo pueden poner como villancico la música de los sanfermines. Inmediatamente me vino la sonrisa a los labios. Todas las melodías, y, sobre todo, las navideñas, se prestan a lo largo y ancho del orbe. En el caso de la tonada de "los sanfermines" que a todos os sonará "uno de enero, dos de febrero..."y así hasta el siete de julio, tiene, efectivamente, la misma forma que la copla burlona del Olentzero, ese personaje mitológico conocido en muchos lugares con diversos nombres del que ya hablé hace años. 


La misma melodía para cantar cada seis meses. Cosas de los préstamos musicales que han existido siempre.