Esta mañana me he levantado y he contemplado la tierra escarchada, y mi coche glaseado. He bajado tempranito para pillar el rodalies (cercanías) para Sants. Mientras esperaba en los asientos que están delante de las ventanillas me he entretenido en ir leyendo un libro que he sacado de casa, pero pronto he entablado conversación con una señora panameña y una chica donostiarra. La mujer contaba sus aventuras en estaciones y aeropuertos de medio mundo. Menos mal que ha llegado la hora de embarcar. Cuando he llegado al vagón del talgo me ha sorprendido lo vetusto de su aspecto. Me tocaba ventanilla y he tenido que lanzar la maleta hacia la estantería inalcanzable. Menos mal que soy alta. El tren ha bajado hacia Tarragona y Reus para volver hacia Lleida (Es una pena que no me coincidan los horarios, porque me ahorraría las dos horas y media estúpidas que pierdo por la geografía catalana). Detrás de mí iban dos chicas jovencitas catalanas y a su lado un chico y una chica también muy jóvenes. Mi compañera de asiento viajaba con sus hijas y se han apeado en Monzón. En Zaragoza han embarcado muchos viajeros, entre ellos un abuelo y su nieto. El abuelo estaba hablador. Viajaban hacia Zumárraga, y seguro que conozco a sus sobrinos, aunque sean de vista. El abuelo se encargaba de traerse a su nieto desde la capital del Pilar. Cosas de la custodia compartida de unos padres divorciados. También se ha embarcado al lado del niño un hombre ruidoso de cuarentena larga, pero con ganas de hacerse más importante de lo que seguro es. Rubio pero con muy poco cabello, sortijas de oro, peluco pesado del mismo metal, cadenotas, gabardina de cuero a lo Mátrix y carísimo teléfono móvil último grito, por cierto, demasiado pasado de decibelios. El abuelo miraba consternado la consola de su nieto, porque no llevaba juegos, pero las chicas catalanas de detrás le han dejado uno con el que el crío ha estado embelesado hasta Pamplona, y menos mal, porque las noietas (chicas) se bajaban aquí. El chico joven de la pareja que había a su lado, también. Quedaba la chica sola, que estudia en Manresa y es una niña enérgica y comunicativa. El mundo es un pañuelo. También se subía una mujer típica donostiarra que iba comentando con alguien al otro lado de su móvil y en euskara lo vetusto y anticuado del talgo. Por lo visto venía en el AVE Madrid-Zaragoza y el transbordo la ha impresionado en un salto de 50 años. Hasta ha preguntado al revisor y éste le ha dicho, que sí que es de los 50, pero mucho más cómodo que los nuevos, porque el ancho de vía hace que el vagón también lo sea y pasearse por los pasillos sea menos traumático. En todo esto, la conversación entre todos nosotros ha ido muy animada desde Pamplona hasta Zumárraga, donde bajaban el abuelo y el nieto, la estudiante en Manresa, y el fantasmón calvirubio que nos iba dando detalles de que vive entre dos ciudades, que tiene un coche de alta gama, un gps y un chivato de radares, que se hace Zaragoza Sevilla en 5 horas, que le persigue una rubia rubísima (sin quitarse el anillo de casado), y que esta noche se va a meter tres cubatas en el bar más famoso del pueblo, porque el dueño es coleguilla, que si no sabe si pasar la nochevieja en Zaragoza o Sevilla, donde todos le buscan para salir de juerga. Mientras hablaba me lo imaginaba pudiendo cruzar tabiques cargado de cadenas, por supuesto, de oro. Menudo personaje. Lo que no sé es qué coño hacía en clase turista.
El viaje ha sido ciertamente divertido.
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