La muerte provoca la creación del mito más allá de lo que pudiera haber sido en su peregrinar por este valle de lágrimas. Y aunque Diego Armando Maradona ya fuera un personaje adorado en vida con una iglesia propia que lo deificaba, su pronta desaparición va a multiplicar su aura, por si no la tenía ya suficientemente glorificada.
Maradona pudo haber sido un juguete roto como Garrincha, pero era demasiado venerado para ello. El haber sido un niño de barrio humilde catapultado al fútbol bien pagado y de ahí poder tener al alcance de su mano y de otros apéndices corporales todo lo que se le antojara quizá no ha propiciado más que la aceleración de su defunción. Ayer, cuando saltó la noticia de su desaparición a media tarde, hora local, imaginé que ya no habría noticias de coronavirus sino del barrilete cósmico. Y eso que no vivo en Argentina, que si no...
Una imagen que tiene mucha miga.
Capilla ardiente en la casa rosada por el que desfilan argentinos compungidos, tres días de luto oficial, banderas a media asta hasta en el Camp Nou, y llantos en Nápoles. Si Diego era su Dios en vida, no me lo puedo imaginar mitificado una vez finado.
Argentina llora, aunque menos que con Quino o con Marcos Mundstock, vaya racha que lleva el país austral. Maradona era un hombre. Sí, jugaba muy bien al fútbol, pero tenía otras facetas nada loables que hoy todo el mundo calla por respeto, cosa que lo mitificará más.
La consolidación de un mito que ya era mito en vida. No hay más que ver la exagerada reacción mundial de su desaparición. Descanse en paz.