A pesar de la de polvo que puede levantar este blog abandonado, no me he olvidado de él por completo. Estos días he estado fuera, de vuelta en mi ciudad, pasando algunos con el objetivo de castigar el cuerpo. Si el domingo 21 era Santo Tomás y lográbamos colarnos en la plaza de la Consti donostiarra antes de las 12 del mediodía, hora crucial para que no quepa un alfiler, nos atizamos un pintos de txistorra, antes de que el aceite sepa a requemado, en el puesto que le salió en el sorteo al Santo Tomas Lizeoa, una ikastola antiguatarra de renombre.
Después de visitar el Rekalde de la calle Aldamar y de cruzar hacia Gros para vislumbrar el ambientazo de la plaza del Txofre, nos sacudimos la segunda en la casa de Galicia, que sacan puesto para subvencionarse la tamborrada del mes que viene. De vuelta, cruzando el río por el puente de Santa Catalina, no entendía por qué la gente se hace unas colas kilométricas para zamparse un talo con txistorra en algunos puestos, mientras el de Leitzako taloak (Talos de Leiza) estaba vacío. Yo, pasando de txistorra, me lo zampé de chocolate milka. El día de Santo Tomás, al final, suele apetecerme una buena ensalada.
El día de la lotería se suele pasar una resaca importante. Yo ya no sufro de eso por pura madurez. Se desintoxica una con comidas limpias y ejercicio en prevención de los ágapes familiares de días venideros, y es que tengo una tía que cocina como una concursante de programa pijo de moda de la tele, pero sin jurado que te putee.
Y luego cena con los amigos en el mejor restaurante italiano de la ciudad donde te tratan y comes como en casa, antes y después de haber salido de potes por lo viejo y luego por Reyes Católicos Alcohólicos. Y es que somos una cultura dipsomaníaca que todo lo celebra con un vaso en la mano. La tarde de nochebuena, mientras los críos cantan villancicos con la jaiotza (nacimiento) a Olentzero, a Betleem, al inspirador de la vuelta a casa, que no es cosa de la marca de turrones, porque llegaba para comer castañas arrugadas, a la estrella más brillante de la noche, los adultos frecuentaban los bares del barrio deseándose una feliz navidad y un buen año nuevo, si no te veo, y brindando con todos los amigos y vecinos que te vas encontrando en cada establecimiento, o en la calle, si no hace malo. El poteo de nochebuena, una cosa que me perdí hasta los veintitantos porque había que hacer la cena en casa, y qué bien se vive si vas a mesa puesta. Encontrándote por el barrio a toda la gente que te pregunta dónde te metes que hace años que no se te ve el pelo.
Y te despides de todo el mundo que, a las nueve de la noche aún remolonea apurando sus zuritos de cerveza o sus tintos, mercenarios de guerra, más que peleones, mientras los camareros del bar, aún atestados de gente, van cerrando persianas, a ver si alguno se da por aludido y se larga ya, o es que no tienen casa donde le esperan. Y nos desplazamos al barrio de las tías Patty y Selma, donde, como siempre, hay que ingeniárselas para aparcar, y esperamos que mi hermano el D.U.E. acabe el servicio en el hospital y llegue con esa deformación profesional y archihigiénica de lavarse las manos como si fuera a entrar a quirófano, para atacar esas croquetas que hace la tía Patty tan buenas como la abuela, y le demos al rioja aprovechando que no tengo que conducir.
Piñas y velas que estorban en la cena
Y el día de navidad por la tarde, de vuelta de un ratito con los amigos, me entero que Renfe hace huelga. Y miro los trenes suprimidos y ahí está el mío el primero de los dos trenes que salen de Irún hacia Barcelona. Suprimen el de las 7 de la mañana, no el de las tres de la tarde. Al día siguiente, muy tempranito, mucha gente pillada de sorpresa, echando la bronca impotente a los taquilleros de los servicios mínimos, que se encogen de hombros. ¿Soluciones? Ni una. No hay un puto asiento libre en los próximos trenes. Se limitan a devolverte el importe. Claro, con dos solitarios trenes diarios a Barcelona desde Irún, no hay ni una plaza en un vagón de ganado de esos que los alemanes utilizaban tanto para desplazar a desafectos a su régimen (Y en España, tambiñen). La estación de autobuses es el prñoximo destino, ni en Vibasa tenían un asiento. Al día siguiente, a punto de echar mano al bla-bla-car, pero con el inconveniente de ser unos viajes un poco tardíos, al final, haciendo transbordo en Zaragoza-Delicias, pillo el (Ana)Conda que me lleva desde Donostia, pasando por Iruña (Pamplona), hasta la capital aragonesa, para enlazar con el servicio Madrid-Barcelona, tardando el doble, sin poder estirar las piernas en el vagón-cafetería. Con lo que me gustan los trenes, y lo que odio conducir, este era mi plan perfecto jodido por una huelga que, con todo el derecho, hacen los trabajadores de esa empresa privatizada y demediada que son (Renfe y Adif).
tren que NO cogí
Y, bueno, que lo paso mal haciendo de Willy Fog, que no Phineas, el del original, que ese es un estirado caballerete victoriano, escrito por un francés, y no un leoncete vestido con terno y chistera.