Tengo un bló

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Tmeo, la mejor revista de humor

lunes, 28 de junio de 2021

Música y cambio generacional

 A veces, sin poder evitarlo, llegan a mis oídos temas de reguetón. La gente joven se pirra por ese estilo musical que, como boomer viejuna, no entiendo. Claro que lo mismo decían mis mayores del punk de mi adolescencia.

La chavalada escucha a Camilo, Dady Yankee, Nicky Jam, que son los únicos nombres que conozco con canción añadida, y después de oírlos pienso que muchos de estos cantantes no son nada sin el autotune. Ojo, quizá no precisamente estos, pero, de fondo, cuando oigo a más de un reguetonero me suena de fondo el eco falso del afinador digital.

Sonido portorriqueño.

Vuelvo a repetir que mis mayores torcían el morro ante el sonido desagradable del punk de mi juventud, porque el punk era un grito desagradable. Esa era su esencia. Pero el reguetón (Y no, no voy a llamarlo reggaeton, que bastante deformado está ya el idioma en el que se expresan) no surgió como un grito protesta, o, al menos esa pinta es la que hace, ya que parece música consumible y desechable.

Los mensajes que mandan en sus temas no me hacen albergar grandes esperanzas para el afianzamiento de los postulados del igualitarismo en detrimento del machismo. Sí que he encontrado en ese Camilo de los bigote dalinianos un nivel de rima propio de los tiempos de Mecano con ese martillo para destrozarla. Ese rimar "rico" con "rico", y, sobre todo "orgullo" con "tuyo" hace que cada vez que canta el estribillo llore un vate...de béisbol. Llega a la bajura de Mecano rimando "payo" con "callo".

Y, encima, no me dejan quejarme en mi casa porque consideran que soy cruel burlándome del "nivelazo" del joven del bigote daliniano. ¿Burlarme, yo? Si él se está riendo con los bolsillos llenos de pasta. En fin, cosas de los tiempos. Supongo que de aquí a veinte o treinta años, el negocio musical habrá encumbrado a todos estos intérpretes del autotune como se hizo anteriormente con los grandes divos del rock.

domingo, 20 de junio de 2021

Desidia

A la hora de la siesta la tele echaba "The Hurricane", la dura historia de Rubin Carter, el boxeador que se tiró veinte años enjaulado por pura maldad racista e institucionalizada. Claro que a nosotros nos llega la versión edulcorada protagonizada por el guapete de Denzel Washington, donde todo sale bien felizmente y  pocos se paran a pensar que el cine suele ser maquillador de la fea verdad.

La gente que ve pelis de injusticia manifiesta como esta pueden pensar que eso son cosas que aquí no suceden. Si "no suceden" es porque ya se encargan de que no se sepa. Para empezar la justicia no es igual para todos, cosa que ya sabemos. Cuanto más pobre eres y menos recursos tienes, las probabilidades de jamar maco aumentan de manera exponencial. Si tienes pasta para un buen bufete de abogados y buenas relaciones para influir en el tribunal y caer bien a la prensa, todo irá mejor.

Hace poco presté un libro sobre el caso Altsasu que ha ido rulando por unos cuantos ojos ávidos de conocer otras versiones y recordé un par de frases que me habían inquietado. En un capítulo en que algunos padres contaban el desarrollo de la vida carcelaria de sus hijos, una de las madres explica que su hijo a algunos compañeros presos  "[...]les escribe cartas. A mí me tiene frita con el teléfono: "Ama, llama a este, llama a este otro". Yo no sé si quienes son ni nada. Marco el número y tengo que decir a alguien que meta dinero en el teléfono de nosequién. Porque, en la cárcel, si te quedas sin dinero no puedes llamar para que te metan más. Fíjate cómo funcionan. No sabes ni la de teléfonos que tengo ya grabados en el móvil del módulo dichoso. Hay gente que sigue en prisión con la condena cumplida solo porque fuera no tiene a nadie y nadie se preocupa por él". (pp124-125)

A mí esta última frase me impactó de tal manera la primera vez que la leí, que no me la pude quitar de la cabeza. Los funcionarios de instituciones penitenciarias, por lo visto, no tienen al día su trabajo y a nadie le importa lo que pase con gente que quizá debiera estar ya en la calle.

El sistema, además, sólo puede ir a peor, tal y como están las cosas en este mundo canalla y desquiciado. ¡Y lo que no sabemos!

domingo, 13 de junio de 2021

Un día de San Antonio

 Hoy es San Antonio de Padua. No, no es que esté atenta al santoral católico, es que a partir de esta fecha mi juventud se regía por las fiestas de las localidades de alrededor, y justo, en Buenavista, que es un pequeño barrio sobre el puerto de Pasaia (Gipuzkoa), las fiestas eran por  el día de este santo portugués. No, no era de Padua, Italia. Tampoco era italiano San Antonio abad, ya que era egipcio. Lo curioso es que de San Antonio a San Antonio hay seis meses. Pero no voy a hablar de santos sino de algo que me pasó hace unos años tal día como hoy.

Por aquél entonces hacía labores como administrativa de una unidad de cuidados intensivos. Una de mis tareas era comprobar que no faltaran pegatinas de identificación en las bandejas de los pacientes que están a la entrada de los boxes, cosa que con el coronavirus ha cambiado drásticamente. Si el paciente estaba aislado por tener algo contagioso, obviamente, se dejaba fuera.

Chssst! Ni digas "bon dia".

 Repartir etiquetas por los boxes era lo primero que hacía, por si había que enviar muestras. Llego a un box, el paciente, un señor mayor,  me mira, le devuelvo la mirada y le digo bon dia y me voy al siguiente box. No he dado ni tres pasos cuando empieza a pitar todo y oigo a una de las enfermeras veteranas. "Parada". Se refería a una parada cardíaca. El señor que me había mirado acababa de morir. Tuve un rato muy malo. Se me murió prácticamente delante de mis narices y lo último que escuchó fue mi voz diciendo "bon dia". 

Me impresionó mucho. Le deseé un buen día a alguien que, acto seguido, dejó de respirar para siempre.  La enfermera veterana me explicó que la defunción de aquél paciente era de prever desde hacía horas. Esta ha sido una de las experiencias más inconcebibles que he padecido nunca. 


miércoles, 2 de junio de 2021

La tierra miserable del planeta mezquino

 Érase una vez una tierra tan miserable  que competía en mezquindad con el resto del planeta. El planeta lo habitaban unos seres egoístas y caprichosos que se dedicaban a robarse y atropellarse unos a otros. Poco a poco el sistema de enriquecimiento de unos pocos frente a la pobreza de la mayoría se impuso. 

Este sistema de enriquecimiento y adueñamiento de bienes de unos pocos frente a la mayoría no saciaba la sed de riqueza de los privilegiados. Para que no fallara su sistema, además, habían establecido poderes y funciones a pobres algo mejor situados que el resto de sus iguales para que siempre dieran la razón a los ricos. A los pobres designados para el control del sistema se los llamaba funcionarios y eran los encargados de impartir una justicia favorecedora a los privilegiados dueños de una  sed insaciable de riqueza.

En aquella tierra tan miserable de aquél planeta poblado de mezquinos, los pobres cada vez sentían más peso sobre sus maltrechas espaldas. Ya no bastaba tener un trabajo asalariado estable para subsistir. La sed de riqueza de esos pocos, infinita en un mundo finito, y la distribución de la riqueza administrada por el funcionariado cada vez hacía más pesada la contribución del pobre para subsistir porque se imponían leyes y criterios absurdos ornamentados de razones que no eran más que meras excusas, perpetradas por esos funcionarios con ganas de querer agradar a los ricos medrando en su intento por acercarse a ellos.

Promulgaban leyes impositivas ligeras para los ricos y muy pesadas para los pobres. Además, el funcionariado permitía que las fuentes de riqueza de los ricos impusieran normas ridículas a los pobres sin importarles nada en absoluto lo injusta de la situación. Así se imponían horarios inconcebibles para el uso de fuentes de energía sólo para que esta fuera usada a capricho de los que mandan. Imponiendo tarifas y horarios vergonzosos con la aquiescencia de los funcionarios que sólo deseaban agradar a su amo.

Cada vez los pobres lo tenían más difícil porque debían costear la sed de riqueza de los poderosos, tanto es así que muchos desesperados empezaban a maquinar acciones contra los poderosos y el funcionariado que los amparaba. De seguir así, aquella sed iba a terminar con el derramamiento de líquidos vitales ante la creciente desesperación de los depauperados.