Érase una vez una tierra tan miserable que competía en mezquindad con el resto del planeta. El planeta lo habitaban unos seres egoístas y caprichosos que se dedicaban a robarse y atropellarse unos a otros. Poco a poco el sistema de enriquecimiento de unos pocos frente a la pobreza de la mayoría se impuso.
Este sistema de enriquecimiento y adueñamiento de bienes de unos pocos frente a la mayoría no saciaba la sed de riqueza de los privilegiados. Para que no fallara su sistema, además, habían establecido poderes y funciones a pobres algo mejor situados que el resto de sus iguales para que siempre dieran la razón a los ricos. A los pobres designados para el control del sistema se los llamaba funcionarios y eran los encargados de impartir una justicia favorecedora a los privilegiados dueños de una sed insaciable de riqueza.
En aquella tierra tan miserable de aquél planeta poblado de mezquinos, los pobres cada vez sentían más peso sobre sus maltrechas espaldas. Ya no bastaba tener un trabajo asalariado estable para subsistir. La sed de riqueza de esos pocos, infinita en un mundo finito, y la distribución de la riqueza administrada por el funcionariado cada vez hacía más pesada la contribución del pobre para subsistir porque se imponían leyes y criterios absurdos ornamentados de razones que no eran más que meras excusas, perpetradas por esos funcionarios con ganas de querer agradar a los ricos medrando en su intento por acercarse a ellos.
Promulgaban leyes impositivas ligeras para los ricos y muy pesadas para los pobres. Además, el funcionariado permitía que las fuentes de riqueza de los ricos impusieran normas ridículas a los pobres sin importarles nada en absoluto lo injusta de la situación. Así se imponían horarios inconcebibles para el uso de fuentes de energía sólo para que esta fuera usada a capricho de los que mandan. Imponiendo tarifas y horarios vergonzosos con la aquiescencia de los funcionarios que sólo deseaban agradar a su amo.
Cada vez los pobres lo tenían más difícil porque debían costear la sed de riqueza de los poderosos, tanto es así que muchos desesperados empezaban a maquinar acciones contra los poderosos y el funcionariado que los amparaba. De seguir así, aquella sed iba a terminar con el derramamiento de líquidos vitales ante la creciente desesperación de los depauperados.
2 comentarios:
¿Y de los intereses de la banca que me dices?, capitalismo salvaje.
Saludos
y los venden en los noticieros como el non plus ultra...la gente acabará como en el primark, comprando barato lo que quizás no necesita tanto; aparte que tendrán que alterar sus horarios naturales de descanso, cuando se den cuenta que los trapos tendidos para secarse sin sol inmediato acaban oliendo fatal, se endeudarán en secadoras para que los ricos, pobrecitos ricos, no tengan que limitar sus ganancias aprovechándose de un bien de necesidad, que cualquier político, es decir gestor, debería hacer público y accesible para cualquier bolsillo
Publicar un comentario