Todos los sábados por la tarde, igual. Acabábamos montándonos de milagro en un descacharrado autobús, como sardinas en lata, para acabar en la discoteca "sin alcohol" desubicado en los límites de la ciudad, en un páramo. La discoteca "sin alcohol" para menores era una brillante idea que no contaba con que antes de la sesión de las seis, habíamos pasado por el supermercado para agenciarnos algún espirituoso milagrero que mezclábamos con refrescos.
Entrábamos semi cegados a un local oscuro, quizá para que no se viera la guarrez de las butacas donde la gente, un rato más tarde, se dedicaría al magreo ansioso. La sala abarrotada de adolescentes; las barras de consumición, con tercera fila; los baños con colas, colas para mear o aspirar, colas para maquillarse...Una delicia. Me deprimía el ambiente, pero, claro, mis amigos, y, sobre todo, mis amigas, no sabían otra manera de "divertirse" que la maldita discoteca llena de asfixiante humo de tabaco y atronadores ruidos escupidos por potentes altavoces.
La borreguez hacinada
Mientras me dejaba llevar bailando en grupo pensaba en largarme a respirar aire puro a cualquier otra parte. En eso que se acercaban los chavales de clase, ya se sabe, hormonas adolescentes en plena ebullición. Y aparecía Eneko intentando hablarme al oído para convencerme de que bailara con Jonan. ¡Qué pesados! No tuve el valor de decirle que preferiría haber bailado con él, que era infinitamente más guapo que el pobre Jonan, el cual tampoco se atrevió nunca a decirme nada a mí. Hay que ver lo tontos que podemos ser a los dieciséis años.
Como todo es previsible, e incluso, cuantificable, sabía el momento justo para escabullirme a la barra a pedir algo para calmar una garganta irritada por tanta ingestión pasiva de humo de tabaco, tan espeso que se podía cortar con cuchillo. Era el momento en que empezaban "las lentas". Y casi siempre, el disc jockey ponía los mismos temas. Fijo, fijo que empezaba con el "wicked game" de Chris Isaak. Efectivamente.
Y los gorgoritos de Chris Isaak pidiendo no enamorarse sonaban casi eternamente y la gente bailaba amarrada en la pista. Y yo me aburría como una ostra en aquél antro de mala muerte y maldecía a Vicente porque va donde va la gente. Ahora, cada vez que escucho "wicked game", el juego perverso, no puedo evitar pensar en como malgastaba el tiempo en aquella asquerosa discoteca. Por lo menos, el temica no deja de tener su gracia.
Marco
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Aitor Arregi y Jon Garaño me parecen dos buenos directores, tanto cuando
trabajan juntos como por separado. La única película suya que no me gustó
fue Han...
Hace 2 horas