Huía apresuradamente, doblando las esquinas de las calles menos concurridas de su barrio. Era su barrio y lo conocía como nadie. Intentaba esquivar a la policía. No, no había infringido la ley, o, al menos una ley con cierta antigüedad. Desde hacía unas semanas no se podía deambular tranquilamente por la calle a no ser que se tuviera una causa justificada, pero, muchas veces, esa causa era arbitrariamente desestimada por la autoridad a pie de calle (No se atrevía a decir competente porque no le gustaba mentir).
Era una tarde primaveral de finales de abril y las golondrinas pirueteaban en el cielo azul gorjeando su alegría. Las últimas lluvias le habían provocado un ataque repentino de alergia y necesitaba antihistamínicos. Iba camino de la farmacia esperando no tener que hacer demasiada cola para evitar aglomeraciones cuando desde una ventana una vecina la interpeló a voz en grito acusándola de asesina contagiadora y daba la voz de alarma para que cualquier otro vecino censor llamara a la policía. Atónita por lo absurdo de la situación, se mordió la lengua y apresuró el paso cuando empezó a escuchar la nada sigilosa sirena de la policía.
Mirando atrás pudo observar cómo el coche de la guardia urbana paraba ante los requerimientos de la censora de balcón y la señalaba con dedo acusador. No había nadie más en la calle. Esperaba que la patrulla tuviera el mínimo de sentido común para no hacer caso a la enajenada, pero, por si las moscas, se deslizó por un callejón estrecho y decidió dar un rodeo para llegar a la farmacia. Se sentía ridícula al imaginarse dando explicaciones a dos urbanos sobre el por qué de su salida domiciliaria. ¿Desde cuándo era un delito pasar por la calle para ir a una farmacia? ¿Debería mostrarles su carnet de identidad, su compra, su ticket y formalizar una explicación ante dos desconocidos uniformados? No quería ser uno de esos casos inconcebibles, pero reales, en que la intransigencia, la falta de empatía, y, con mala suerte, el ejercicio de la violencia legitimada acababan con una denuncia y una sanción nada desdeñable.
Verse así después de no haber roto un plato en esta vida...
Marco
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Aitor Arregi y Jon Garaño me parecen dos buenos directores, tanto cuando
trabajan juntos como por separado. La única película suya que no me gustó
fue Han...
Hace 2 semanas
3 comentarios:
Que me vas a contar! Eso me suena y si encima luces pelo blanco .... mejor muerta!
En fin, como la necia vecina influenciada por sus limitaciones neuronales y espoleada por los tendenciosos medios de comunicación funcionan la multitud de cegueras socioculturales de cualquier signo, y a los guripas no les pagan por pensar y discernir precisamente.
La sociedad que se debata entre el binomio libertad o seguridad, elegirá el último término al menos en el pais de las envidias endémicas.
En mi caso cómo explicar que odio las multitudes y las presencias cercanas? ,que la familia no significa ningún consuelo sino lo contrario ? y que como rebelde social hace décadas que no pisó una peluquería, yo me las sé apañar, que no necesito bares ni fiestas porque aburren tanto como tener que ir de compra, de puro repetitivo. Eso solo los misógin@s lo entenderían, los polis no y las vecinas imbeciles menos.
..... si es que sobramos muchos en el planeta! Empezando por los viejos y los enfermos crónicos. Así reza el inconsciente colectivo de unas minorías que desconocen el grado de cinismo del que son portadoras.
Cuídate joven hooligan, palabra de alérgica. Oye, a mi el Pectox Lisina , 1 sobre diario, me fue de fábula en tiempo de gramineas.
Demasiados gilipollas en este país de mierda que tampoco debe de sorprendernos.
Saludos.
Con un poco de suerte, a Homo sapiens le quedan dos telediarios. Al tiempo.
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