- ¿Pero por qué te has gastado ese dinero en algo tan tonto?- inquiría disgustado él- ¡Si nunca toca! Ya te dije que no compres más décimos de la lotería de navidad. Nos gastamos una fortuna en humo.
- ¡Anda ya, Manolo! No seas exagerado. Me la ofreció el viajante de zapatos de Elda y no supe decirleque no. La lotería de navidad une a la gente. Y calla ya, no me des la murga que ha entrado un cliente.
El cliente, vecino desde que se construyó el barrio obrero, conocía a los zapateros y siempre les compraba el calzado a ellos. No pensaba meterse en la discursión del matrimonio, sin embargo ellos mismos lo involucrarion.
- ¿Qué le parece a usted, don Roberto? Mi mujer es una manirrota y va gastándose las pesetas en lotería. ¡Una inversión al cubo de la basura!
- Diga usted que no, don Roberto, que la ilusión se ha de pagar y nunca se sabe.
Roberto no entendía nada y no quería molestar, pero ver la discursión del matrimonio le hacía sufrir. El zapatero resumió la cuestión: Su mujer se dedicaba a comprar lotería de navidad en décimos y participaciones y ya llevaba una pequeña fortuna gastada en algo que no recuperarían a buen seguro. Se habían puesto un límite, pero Leocadia, la zapatera, había sucumbido al décimo que el representante de calzado alicantino le ofreció. Roberto se sentía incómodo ante la situación.
- Bueno, si quieren ustedes, yo pago la mitad del décimo, y así no es tan grave.- Roberto sacó la billetera para pagar y apuntarse el número. Ni siquiera se acordó de los zapatos hasta que llegó a casa. Los zapateros estaban algo más tranquilos.
Y llegó el día de la lotería de navidad, 22 de diciembre, un día gris y lluvioso, y las casualidades de la vida y los caprichos de la fortuna hicieron que el número del viajante alicantino de zapatos fuera agraciado con el gordo. Y Roberto, al salir de la oficina, comprobó que el número que había comprado a medias era el agraciado. Y bajó contento la calle para ir a felicitar a los zapateros con esa suerte compartida.
A mí, el que me da miedo, es el de detrás.
La zapatería estaba cerrada. Sorprendido en un primer momento, lo encontró natural después. Ya volvería mañana. Y volvió, pero los zapateros, serios, se negaban a reconocer el premio dividido a partes iguales.
- Acuérdense- argumentaba Roberto- que les pagué la mitad del décimo. Esa mitad me corresponde.
- No señor, el décimo es nuestro por entero- esgrimía Manolo- Lo siento, pero así se queda.
- Habíamos llegado a un acuerdo. La mitad me pertenece. No tengan tanta caradura.
- ¿Pero cómo vamos a repartir si ha tocado?- Razonaba Leocadia.
Y este era el quid. ¿Cómo iban a quedarse sólo la mitad si había tocado? Y así fue. No repartieron el premio, y, encima, ni siquiera le dieron las pocas pesetas, en comparación de la mitad del décimo jugado.
El nuevo anuncio de la lotería es muy enternecedor, pero ya veríamos si pasaba en la realidad. Yo no digo que no, pero lo más factible es que pase el caso de los zapateros, caso, que, por cierto, es real.
Lo único tranquilizador es que, por lo menos, no se nos aparecerá Raphael en plan Jack Torrance de "el resplandor".
5 comentarios:
Con esta propaganda el estado actual nos enseña sus enaguas. Vivir de ilusión, ea, y comer igual.
Tres veces ha estado rondándome la lotería de navidad, no me ha tocado por un número o les ha tocado a los compañeros de trabajo el número que yo no jugaba, en fin, no creo en la suerte y no juego a nada, vamos que ni a las maquinas de los bares, de pequeño siempre perdía a las cartas y ese fue un gran aprendizaje, tampoco creo en ese tipo de bondad que tocándote la suerte se reparta, el dinero es malo hasta para repartirlo.
Acabo de leer en el 20 minutos como unos personajes cualquiera que el azar les toco, a los pocos años estaban igual que al principio o peor.
Yo solamente compro la lotería del Instituto en el que trabajé tantos años. Pero la amortizo: desde octubre hasta el 22 de diciembre, reparto el premio miles de veces entre todos aquellos a los que quiero. Al llegar el 22 suelo estar sana.
Yo pertenezco a la inmensa minoría que decimos que no compramos nada. Porque si le dices que sí a una tía que está vendiendo décimos para el viaje fin de curso de su hija; o al número que compran en la oficina "no sea que toque y tú seas el único que no gane"... acabas diciendo sí a tropecientos décimos. Y no es solo que no te va a tocar. Es que yo soy muy capaz de perder el décimo y ni enterarme de si ha tocado.
En mi casa tocó un año el Gordo por unas participaciones de la droguería. Se pagó la hipoteca tan ricamente. Nunca se sabe!
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