Este es un momento histórico, pero no feliz. Nos toca vivir este momento en que las sensaciones que tenemos cambian a cada minuto. No sé a vosotros, pero todo lo que percibo a mi alrededor me hace sentir incredulidad, miedo, enfado, apatía...La que más se repite es esa de creer vivir una irrealidad que se torna realidad insólita cuando me enfrento a la jornada laboral, una jornada laboral extraña y totalmente diferente a lo que me encontraba hace un mes. Porque yo trabajaba en las consultas externas de un hospital y no paraba de dar citas para traumatología, dermatología, urología, curas postquirúrgicas, alergias...Y así hasta acabar con el gentío que esperaba su turno para ser atendido. Aquello era lo normal, y ahora, no. Apenas viene algún paciente para alguna cura de trauma o quienes siguen su tratamiento oncológico.
Hace unos meses corría como una posesa para tener todo listo ante la marabunta que se agolpaba hacia las siete de la mañana para recoger su documentación de pruebas preoperatorias, y ahora apenas pasa alguno enviado desde la unidad de diagnóstico rápido porque tiene una intervención urgente.
La irrealidad se ha instalado en nuestro mostrador de consultas, que nosotras tenemos bautizado como "las trincheras". Muchas compañeras trabajan desde casa y sólo estamos unas pocas al pie del cañón para lo poco presencial, con mascarilla, que aparece por allá. La compañera del SAIP (Servicio de atención e información al paciente) ha bajado de la planta de arriba porque esta se ha cerrado al público y es que hasta las consultas del hospital de día se necesitan para esta emergencia sanitaria.
De casa al trabajo y viceversa con su mascarilla preceptiva.
A partir de las nueve de la mañana comienza la incesante recepción de efectos personales para los pacientes ingresados. Esto sí que es real y asombroso. Las compañeras se han convertido en operarias de almacén, pero de uno en que los objetos que se gestionan son una de las pocas cosas que unen, de una manera muy frágil, al paciente aislado con su familia: Un pijama con el aroma del jabón de tu casa, un libro, una radio, el cargador del móvil...Es lo único tangible que les llega desde las manos a distancia de sus familiares. La irrealidad de estos días prohíbe las visitas a cualquier planta y la única opción que les queda a los familiares que no están en cuarentena forzosa es traer los enseres para que nosotras las embolsemos, las etiquetemos y las distribuyamos por las plantas de hospitalización.
Si será irreal la situación que la semana pasada una señora vecina de Andorra, país vecino, que, por lo visto no encontró la frontera cerrada, se enfadó un poco cuando le aseguramos que las visitas no estaban autorizadas ante la situación de emergencia sanitaria. No se lo tomó bien y nos costó bastante hacerle comprender que era todo un peligro permitir las visitas en un lugar donde el contagio puede producirse. Pero, claro, si la irrealidad ya comienza en una frontera cerrada que no lo está tanto como dicen, todo lo que nos rodea se nos torna extraño. No sabemos cuando esta irrealidad dejará de serlo. Supongo que acabaremos haciendo cotidiana esta situación antes de que ocurra lo contrario, que es volver a una normalidad que ya se nos está desdibujando, porque seguro que todo esto nos cambiará.
Marco
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Aitor Arregi y Jon Garaño me parecen dos buenos directores, tanto cuando
trabajan juntos como por separado. La única película suya que no me gustó
fue Han...
Hace 2 semanas
2 comentarios:
Me quedo con lo último, esto nos cambiará, lo que no se es el como, si será para bien o para peor.
Saludos
Hablar de irrealidad cuando ahora es lo más real que vivimos, es curioso el término. Cada día que pasa estamos más lejos de ser los mismos de antes, ¿dónde está entonces la realidad? Paradógico me parece todo. ¿Estamos tomando esto como un paréntesis, no como parte de nuestra vida? ¿Vivimos esperando? ¿Esperando se vive?
Esto es la reflexión que me ha producido tu post. Una reflexión que aporta más interrogantes que otra cosa.
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