Tengo un bló

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Tmeo, la mejor revista de humor

jueves, 9 de febrero de 2017

Agitación nocturna

El despertador iluminaba la hora. La una y veinte de la mañana y era imposible conciliar el sueño. Apenas una hora antes daba cabezadas viendo la tele en el sofá y, una vez entre las sábanas, misterios de la naturaleza, el sueño había huido. Cerró los ojos con el propósito de dejarse vencer por el sueño. Todo era silencio y, en la quietud de la noche, oyó un crujido. Los ojos se abrieron por completo. ¿Qué ruido era ese? ¿Las vigas de la casa contrayéndose por el frío del invierno? Espero expectante. Nada. Seguramente fue eso y nada más. Un ruido de casa vieja. Otro chasquido. Mucha casualidad.

Aprovechando la ventaja de tener los ojos acostumbrados a la penumbra por llevar tanto tiempo buscando el sueño, se levantó sin encender luz alguna. Miró debajo de la cama no sin sentirse algo ridícula, pero ya se sabe que los temores inculcados en la infancia esperan agazapados en nuestro subconsciente. Nada, el paciente asesino que espera debajo de la cama, como era de suponer, ha hecho absentismo laboral.

Volvió a notar un ruido. Provenía de la puerta de la entrada. Alguien estaba forzando la cerradura. La indignación pudo con su miedo. Agarró la lámpara de noche, que era un pesado recuerdo de casa de su abuela y se acercó a la puerta justo cuando alguien lograba abrirla. Eludiendo el halo de luz de la linterna se hizo a un lado y le sacudió un lamparazo en todo lo alto del cráneo al extraño que cayó inconsciente sobre la entrada. No había nadie más.

Espero que no sea Jack Nicholson

Encendió la luz y vio tendido al intruso vestido de negro con un pasamontañas. Le dio dos patadas en el estómago y buscó una cuerda en un cajón del mueble de la entrada. Seguía inconsciente. Ni había gemido con las patadas. Quizá se le había ido de las manos y se lo había cargado. No sentía ninguna lástima. Ató sus manos a la espalda y le buscó el pulso. Antes estaba su seguridad que la salud del allanador. Tenía pulso. Menos mal. Le quitó el pasamontañas. Un hombre de unos treinta. Un tipo corriente. Moreno, delgado, cabello corto, afeitado... No recordaba haberlo visto en la vida, pero tipos como ese había por todas partes. Buscó en sus bolsillos por si había documentación. No, el allanador no iba con tarjetas de visita.

Cerró la puerta. la cerradura funcionaba, sí que era curioso. Quizá el allanador no era un yonqui chapucero acuciado por la necesidad. ¿Quién sería el fulano que se atrevía a entrar de noche a una casa habitada? Habitada por una sola persona. Una mujer joven, además. No quería ser alarmista pero todas estas ideas saltaban en su cerebro como las semillas de maíz al convertirse en palomitas. ¿Qué intenciones tenía el allanador desmayado de su entrada? Había que reanimarlo y preguntar.

2 comentarios:

Siempre suya dijo...

Mmmmmm.... me apetece seguir....

Anónimo dijo...


...y?