Llega septiembre, mes borrascoso y desapacible en el que
comienza a anochecer antes y que, además, te obliga a abrigarte. Y tú, que
vuelves de las opíparas vacaciones donde eres feliz despertando cuando lo dicta
el cuerpo y no el despertador, que no necesitas vivir al ritmo del tic tac del
reloj y que la urgencia no te va pellizcando el culo, de repente te ves sumida
en la orfandad del deprimente calendario
laboral y te fuerzas a apretar los dientes, respirar hondo y apechugar con todo
eso que odias.
Hasta las cigüeñas sobrevuelan los cielos en círculos llamando a congregarse para emprender el regreso. Ellas, a tierras más cálidas, tú a la aborrecible cotidianidad laboral que te esclaviza por horas. Bondades de nuestro primer mundo explotador y alientante.
No, no son buitres.
Porque te has creído libre y despojada de tu condición de
clase obrera y te han hecho creer que, aunque las disfrutes y puedas pagarlas,
esto funciona así. Curra como una burra (Hip, hip, hurra) durante el año y
alquila una semanita en una casa rural cerca del pueblo de tus padres, aquellos
que tuvieron que ir a la ciudad porque no había campo para todos. Y visitas pueblos preciosos y comes platos
típicos y combates con cervecita helada el calor pegajoso de agosto al lado de
la piscinita donde te das un chapuzón de vez en cuando y tu perro, que se pasa
las horas de la jornada laborable encerrado en casa esperando que vuelvas y lo
saques a la calle, corre por la parcela de la casa alquilada feliz y contento
persiguiendo todo aquello que le llama la atención. Ah, el verano, qué poco
dura.
Así está escrito. Son los tiempos del capitalismo y la
esclavitud moderna. La libertad condicional de los días de descanso según lo
estipulado en el convenio y en las leyes estatales ha concluido y has de volver
al ingrato alquiler de tu cuerpo y mente porque el sistema funciona de esta
manera. Usan tu energía vital para producir y, en compensación, te introducen
una cantidad numérica en una cuenta corriente, porque ya ni el jornal en
metálico se cobra, todo muy imaginativo.
Volver a la rutina chafa.
Y tú estás jodida con depresión postvacacional, pero debe
ser algo biológico y no social cuando
aparte de tú y de todos los curritos a los que se les ha acabado la libertad
vacacional, el tiempo está mustio, tanto que adelanta el ya de por sí gris y
tristón otoño, pero el que peor está, que viene a demostrar la debacle
biológica del fin del verano riente, es el perro. Desde que llegó ayer no ha
hecho otra cosa que estar tirado en el salón de casa. Quizá añora el jardín
veraniego donde ha correteado todo lo que ha querido. ¡Qué mala es la depresión
colectiva!
4 comentarios:
Estáis arreglados los currantes con la depresión posvacacional, peor es no tener vacaciones, ¿no?.
Saludos
Aquí una que apenas ha tenido vacaciones y que está encantada con que vuelva septiembre, ¿por malvada que se alegra de que todos vuelvan? No (bueno, igual un poco sí). Porque llegan las temperaturas suaves, el dormir con edredón y el ponerse ropa de entretiempo, que es la más bonita y que mejor sienta.
Hola. Pues que sepáis que yo no he tenido vacaciones y esta historia está inspirada en los días que pasó mi familia sin mí en la sierra de Grazalema y sobre todo en el perro de mi sobrina cuya depresión postvacacional es real. Yo ni he tenido vacaciones, ni las tuve el año pasado y, de seguir así, tampoco el que viene, así que hablo de algo que no he tenido. Jajaja, snif,snif. Lo de tener que ponerse más ropa por el frío, Esti, tocaya, no te lo compro de ninguna de las maneras. Saludos posvacacionales.
El texto, de puta madre, como siempre. El perro, una pasada. Me he enamorado de él.
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