Me invitaron el viernes a unirme a una celebración. Unos afortunados operarios de una empresa celebraban el viernes el inicio de sus vacaciones. Una empresa del baqueteado sector textil que tanta fuerza tuvo en esta comarca y que fue motor de la economía del país. Echan su cerveza de las felices vacaciones en un entorno de paz y quietud, todo lo contrario que su trajinar cotidiano laboral. Un ambiente alegre y festivo que descubre el inicio del merecido descanso estival.
Y después de este simbólico inicio nos fuimos a cenar a un pueblo cercano en el que abundan los bulliciosos y funcionales bares de tapas. Locales nada pretenciosos en los que importa más el ambiente que la cena. Pero, claro, una cosa es que no pidas florituras de estrella Michelín y otra que te tomen el pelo.
Para empezar, el camarero nos dice que no quedan raciones de carne en salsa, cosa que a ninguno nos importó porque íbamos pensando en las socorridas bravas que a todo el mundo gustan. Y pedimos unos chocos, un plato de queso manchego de precio pelín elevado, porque la carta de tapas fija su coste en 8'50€, y también se nos antoja una ensalada con langostinos en tempura.
Vuelve el camarero con fingida contrición y nos comunica que no hay ensalada de langostinos, así que la cambiamos por una de frutas y queso de cabra. Aparecen las primeras tapas. Los cuatro miramos con sorpresa. El plato del queso manchego trae tres lonchas anoréxicas y otra más que no llega a estar entera. "¿Y este queso vale 8'50€?" preguntamos incrédulos al camarero. "Sí, se ha quedado un poco corto, ¿no?" Y se retira a la cocina a pedir unas lonchas un poco menos miserables.
Manchego anoréxico in situ.
Los chocos salen y la ensalada, también. Nos colocan cuatro lonchas de manchego algo más generosas, que tampoco son para exagerar. Tocamos a dos porciones por barba y es manchego, que está muy bien pero tampoco está para ponerse al precio del parmigiano reggiano que se pasa de dos a tres años de curación.
Estamos de celebración porque tienen vacaciones, yo aún no, así que aparcamos el asunto y brindamos. Aparece el encargado para decirnos que se acaba de estropear la freidora de las bravas y que no nos las pueden ofrecer, aunque acabamos de ver pasar tres o cuatro platos de esos dorados tubérculos fritos napados en salsa picante. Lo cambiamos por una torrada de jamón serrano cortado con poco cariño. Decidimos que el postre lo haremos en otro lado, a ver si hay más suerte.
Para compensar lo de las bravas, que no lo del queso disfrazado de caviar, nos regalan una porción de tarta de queso. Somos cuatro. Si la elegancia fuera lo suyo, con un convite de chupitos hubieran quedado mejor.
Marco
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Aitor Arregi y Jon Garaño me parecen dos buenos directores, tanto cuando
trabajan juntos como por separado. La única película suya que no me gustó
fue Han...
Hace 2 semanas
2 comentarios:
Que le tomen el pelo a los guiris, no está bien, pero se hace, lo que no entiendo en que se lo hagan a unos de la región, ¿pagasteis?, ¿que os costó la broma, si no hicisteis un "sinpa".
Saludos
Sinpa, sinpa!
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