Tengo un bló

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Tmeo, la mejor revista de humor

miércoles, 20 de abril de 2016

Sospechosos habituales

Pasados unos días de la aparición de Otegi en un programa que no gusta nada a la derecha, y viendo que la entrevista aún despierta más crispación de la que debiera, harta, además, de sentirme observada durante años sólamente por el fortuito hecho de haber nacido donde nací, tener el acento que tengo y llevar los apellidos que llevo, voy a hacer una autorreflexión.

Nunca milité en nada. Será que he solido ser bastante descreída. Siempre desconfié de intrépidos líderes mesiánicos. No me caía en gracia ninguno de los partidos políticos existentes, estuvieran legalizados o prohibidos. Sin embargo, sólo por el hecho de ser de donde soy y  de utilizar -menos de lo que quisiera- el idioma que a muchos les parece culpable sólo por existir, despierto recelos.

No milito en nada, repito, pero esto no me ha librado de ser encañonada con un arma, tratada como una delincuente en uno de esos controles de carretera, advertida de cuidar mis opiniones porque no sabes quién te escucha en la calle, en el bar o por teléfono, insultada, ofendida e incluso a punto de ser apalizada, a los siete años, en un polvoriento pueblo de Castilla por ser "etarra", a los ojos de los chavales adoctrinados por sus padres, a su vez, adoctrinados por la televisión.

Vascofobia fomentada durante años. Mingote

Sí que había miedo en los ochenta y los noventa en el pueblo vasco. ¿No lo va a haber si vivíamos en un estado policial? ¿ETA? no, a mí ETA no me preocupaba, ¿que por qué? porque ya sería mala suerte caer víctima de un atentado terrorista. ¿Podía pasar? Claro, pero en esas desgraciadas loterías tenía muchas más probabilidades de ser detenida por cualquiera de las Fuerzas de Seguridad del Estado, como muchos de mis conciudadanos, y acabar torturada tres días en, probablemente, otra vez, el barrio de al lado del mío, que tiene un supercuartel verde. Ya le pasó a un vecino mío. Era chófer de autobuses urbanos. Lo detuvieron y acabó muerto. Presumiblemente, por lógica ockhamniana, no resistió "el interrogatorio" que permite la ley antiterrorista. Hoy día sigue su honor mancillado pues figura como "etarra" en el cómputo de acciones policiales, aunque no lo fuera. Pero eso es igual, da igual que seas inocente o culpable. Eso no importa. Aparte de muerto con angustia, despreciado, ignorado e insultado por los medios de comunicación oídos por muchos, que,  encima, se alegran de su muerte. "Uno menos", ¿Uno menos, qué? nadie nos comprende, pero celebran nuestro padecimiento como pueblo, porque si padecemos,¡Algo habermos hecho! somos etarras, claro, si no, nos alegraríamos. ¿Seguro? Ojalá no lo tenga que vivir, si, quien me lee, piensa esto.

En mi casa una vez se dio un momento de paranoia difícil de creer. En un infortunado control benemérito pararon a un vecino recién casado que era íntimo de mi hermano mayor. Lo tuvieron un buen rato encañonado de espaldas al monte y no hacían más que preguntarle cosas como "¿Quienes son tus amigos?". el chaval, claro, nunca se había metido en líos, pero, con el susto en el cuerpo, y después de largarse de allá hizo venir a su suegro a mi casa a avisar a mi hermano por si la guardia civil aparecía. Mis padres, encima, acosando a mi hermano preguntándole si se había metido en ETA. Mi hermano, indignado, gritaba que no, que no era un gilipollas. No pasó nada, claro, pero el miedo durante un par de días, sobre todo, el de mis padres, no los dejó descansar.

He tenido compañeros de clase del bachiller detenidos acusados de cosas absurdas que han recibido guantazos en el viejo cuartel desaparecido de el Antiguo; un amigo lamentando que , en otro control policial por ir en un autobús de una asociación cultural "sospechosa", le pidieran el carnet. "Ahora me van a parar todos los días, ya verás"; he conocido personas confundidas con etarras que, aparte de vivir la experiencia del miedo, han sido llevadas a Madrid de mala manera, y, al darse cuenta del error, abandonadas en la puerta de la comisaría madrileña sin un duro en el bolsillo, porque lo trajeron con lo puesto desde su casa. "Búscate la vida". Ni disculpa, ni hostias; he conocido a alguien que ha estado con un pie en la trena durante una decena de años por ser parte  "del entramado de ETA", que después de vivir en la angustia, hoy por fin es libre de esa mentira que no le dejaban aclarar; conozco muchos buenos empleados a los que el juez Garzón congeló las cuentas corrientes de donde cobraban su sueldo de profesores de ese euskera peligroso, por eso de que todo es ETA; he conocido periodistas detenidos y torturados sólo por el hecho de trabajar en un diario que era ETA y luego ya no, pero ese diario en euskera desapareció para alegría de muchos que ven una amenaza en todo lo vasco; he conocido algunos familiares de muertos por bombas sospechosas sin reivindicar, que pronto se acallaron, o asesinados por exaltados con pistola que no figuran como víctimas del terrorismo...y tantas cosas amargas que no quiero seguir.


En la tele y los medios dirán que te lo mereces por ser etarra o un vasco de mierda, por lo visto son sinónimos indiferenciados. ¿Miedo a ETA? ¿Y cómo iba a tener miedo a ETA si mi cupo de miedo ya lo tenía más que saturado? Si cada vez que pasábamos un control de la policía y mi madre llevaba un pañuelito con la ikurriña, se lo tapaba con la mano, a mis seis años, por entonces, (la bandera volvía a ser legal, después de medio siglo) para que no tuviéramos un disgusto con alguien a quien le parecía un delito. Si tuve que correr, porque disparaban con fuego real, en las calles de mi barrio aquel julio de 1978 después de matar a un chico en la plaza de toros de Pamplona. Me acuerdo del miedo y de los gritos de mis vecinos, y de mi madre corriendo agarrándome con una mano, mientras con la otra empujaba la sillita de mi hermano. Recuerdos imborrables de mis cuatro años.

¿Bombas de ETA? Sí, claro que las he oído y me han aterrado, y he sentido un miedo que me atenazaba cuando detonaban por la noche y llegaba la onda expansiva y yo me encogía en mi cama desvelándome durante horas preguntándome si habría muertos y heridos y sintiendo una inmensa pena por ellos y por la mierda de situación en la que nos encontrábamos .

Y muchos dirán que el pueblo vasco "no hacía nada". El pueblo vasco estaba, en su gran mayoría, hasta las narices de cretinos que no ven más salida que la lucha armada y también harto de que, encima, tuviera que excusarse por sentirse como tal, porque en esa miopía simplista del que ve todo desde fuera, los vascos, sólo por sentirse orgullosos de serlo, ya son una amenaza.

Y así pasan los años, y todo se repite, y sientes como muchos te piden una justificación de por qué te sientes orgullosa de tu tierra, de tu idioma y de tus costumbres, porque todo ello resulta ser de una malignidad suprema. Allá donde vayas tienes que justificarte, porque nadie entiende que haya una diferencia abismal entre sentirte vasco y defender la lucha armada. Te interrogan suspicazmente, no sea que seas una terrorista.

He conocido casos de presentarse la policía en una casa de Madrid al darse la alarma de que había llegado un coche con una matrícula peligrosa, en la que se leía BI, VI, NA o SS. Miedo y desconfianza hacia esa gente (Nosotros). Y eso se perpetúa y aún hay que oír cosas como las que se oyen, no ya contra Otegi, al que, por dejar que hable en la tele se monta un follón. Recordemos que la vez anterior que Évole le entrevistó, Montserrat Domínguez se atrevió a decir que no se debía dejar hablar a Otegi en la tele, no sea que a alguno le pareciera bien su discurso. El problema es que lo vasco y los vascos, gracias a la ingente labor del aparato del Estado, somos ese pueblo sospechoso, despreciable, que no merece hacerse oír la voz, y al que insultar. Y con esto, me refiero a Aitor Zabaleta, un joven que fue al fútbol al que asesinaron y del que aún tienen que leerse cosas como esta.

Manchando un nombre sólo por su origen


Y aún hoy hay detenidos por el delito de denunciar torturas de las FSE, porque esto no para en "época de paz".

Y muchos, si acaban de leer todo esto, aún buscarán tres pies al gato, intentarán situarme en la línea imaginaria "a favor o en contra" de la violencia. (Si lo hacen es que es para darles una patada en el culo), o si lo que cuento son trolas. Habrá alguno que me quiera dar lecciones de que ha vivido cosas peores. ¿Durante más de treinta años y encima teniendo que escuchar "para que escarmentéis"? Lo dudo. Y lo peor de todo, con mucho, es que aún haya gente, en ambos lados de ese extremo que encima se roza por la culata de la pistola, que prefiera que esto no acabe jamás. Vergüenza debería de darles a ambos extremos que se creen con la razón y la "legitimidad de sus armas" por si la razón no convence al resto.

3 comentarios:

fiorella dijo...

Ni se me ocurriría esa línea imaginaria!. Lo que contás no es ninguna fabulación, ni exageraciòn. Se bien, por testimonios de personas que conozco y son vascas y viven ahí, que pasaron y pasan esas cosas. Personalmente ví un exceso de celo por parte de "la autoridad" al ir al choque con gente que pacificamente se manifestaba por el Casco Viejo de Donosti. Vi en Pamplona toda la carteleria oficial en castellano por que "la autoridad" no permitìa el uso del euskera como idioma oficial tambièn. Todo lo que vos contás, que está probado sucedió,etc...etc...Los estados opresores actùan asì, pisoteando y atemorizando, acà lo sufrimos tammbièn. Un beso

Robin dijo...

Uf, esta entrada es de ponerse la carne de gallina. Mi vasco Mikel nació en el 91 y aún así cuenta cosas estremecedoras que sólo conocéis los que habéis vivido en esa hermosa tierra. Toda mi admiración para vosotros.

Anónimo dijo...

Los extremos se juntan. Se creen íntegros en su ideología, y, sin embargo tienen un denominador común que es la intransigencia, la falta de respeto y la violencia a todo lo que represente una ideologia y forma de vida diferenciada a lo que ellos imponen. Hemos sido atacadas-os por ambos extremos y hay que vivirlo para identificar esos " reproches " que recibimos.