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miércoles, 13 de abril de 2016

Las tres (En)gracias

En la época de máximo desarrollo del cristianismo, de secta minoritaria a religión única y verdadera, se utilizó la táctica de divinizar a seres vecinales que solían tener una muerte horrible, generalmente, martirio, fruto de la frustración que su fe inquebrantable suponía a sus asesinos. De este modo, en los primeros siglos de nuestro cómputo occidental, tenemos santos y mártires a los que se les torturaba vilmente, dicen. Siendo, a veces, personajes poco creíbles y, a veces, indivíduos que nacían en varios lugares a la vez, porque un rumor es un rumor, se tomaban como ejemplos machacones de afianzamiento de una fe que iba ganando adeptos con una querencia al morbo más que notoria.

Hacedle caso a Rubens y pasad de las modas NO alimentarias

Curiosamente, las santas mártires solían ser, muy a menudo, esas jóvenes guapas e indefensas, de buena familia, que morían torturadas por las autoridades (Esto último no ha cambiado gran cosa) para hacerlas abjurar de su inquebrantable fe. El caso de las tres Engracias ibéricas lo demuestra. Y es que la veneración a intachables ejemplos de bondad es la mejor de las tácticas de captación de las sectas. Por cierto, hay que ver lo que le gusta el morbo al paisanaje.

Hubo tres Engracias sin que Rubens lo sospechara, vaya por Dior, que no estaban emparentadas con Zeus. Santa Engracia de Zaragoza, mártir y santa de principios del siglo IV; Santa Engracia de Segovia, santa y mártir de la invasión sarracena del 711, y Santa Engracia de Braga, también santa y mártir del siglo XI. Todas ellas de buena cuna, faltaría más.

Santa Engracia de Zaragoza: Era una joven que iba hacia Francia a casarse y que pasaba por Zaragoza en el año 304, siendo emperador Diocleciano, que decretó persecución y muerte de los cristianos, que no creían en Júpiter ni en las deidades oficiales romanas. Engracia quiso interceder por los cristianos y se ofreció voluntaria al tormento. La desollaron con ganchos, le cortaron un pecho y le clavaron un clavo en la cabeza. Finalmente, la enterraron a las afueras de la ciudad, donde tiempo después se alzó una iglesia para venerarla. Ese afán apasionado por honrar los tormentos esconde un desmedido morbo en el particular sentimiento cristiano ibérico.  Años después, el padre de Fernando el Católico, Juan II, sufriendo ceguera por cataratas, fue operado, con éxito, por un médico judío de Lleida, y aunque el alfaquín mosaico consultaba la cábala para encontrar el día propicio para la ejecución de la cirugía, además de tener su cuidado instrumental, se mantuvo la leyenda de que el bisturí empleado fue, nada más y nada menos, que el clavo que trepanó el cráneo de la mártir zaragozana. Por ello, Juan II, hizo crecer la pequeña iglesia creando un monasterio. Una leyenda que crea fieles. ¡Qué listos!

Hay que ser bestias

Santa Engracia de Segovia: Otra niña rica, hermana de otros dos santos: san Frutos y San Valentín. Resulta que a la muerte de sus padres, el hermano mayor, Frutos, decide hacer voto de probreza y lo vende todo. Se van los hermanos de ermitaños a una cueva. Los tres debían ser ya ancianos cuando los ejércitos del califato omeya invadieron la península en el 711. San Frutos se dedicó a cristianizar invasores, pero murió al poco. Sus hermanos fueron martirizados y decapitados por su inquebrantable fe cristiana. Ya se sabe que hay que dar malas referencias del enemigo para crearte adeptos.

Esta es la zaragozana otra vez. De la segoviana no hay imagen alguna.

Santa Engracia de Braga, también llamada de Badajoz. La más "joven" de las tres Engracias.  Otra hija de buena familia, qué raro, tú, a la que su padre quería casar con un noble, muchos aseguran que moro, para ensalzar el valor de la Santa, y ella, que no quería tomar esposo, se largó de casa. Cuentan que su pretendiente la cazó en una zona de Zamora llamada Carbajales y la decapitó, echando su bolo al cauce del río. La cosa es que esta horrible muerte, fruto más de la violencia de género que otra cosa, fue alimentada por el morbo de los moradores de esta tierra, alegando que Engracia quería dar su vida a Dios y que el asesino era moro, cosa difícil de probar, pero teniendo en cuenta que el hecho se sitúa entorno al año 1050, y siendo la época de las invasiones por turno de los ejércitos de Castilla y Al-Andalus, se aprovechó el tirón publicitario.

Santa Engracia de Braga, con la cabeza alta.

Y así tenemos la historia de las tres mártires Engracias cuyos tormentos, quién sabe por qué, animan a muchos a agarrarse a la fe cristiana en sus épocas, que van desde los últimos coletazos del imperio romano, como es el caso de Zaragoza, hasta la agitada edad media, invasión musulmana incluida. Si vivieron o no, quién sabe, pero que se edificaron iglesias para venerarlas, seguro. Lo de guardar reliquias, que son partes de su anatomía, para darles más valor, lo que acrecenta es el mal gusto y demuestra que a morbosos no nos gana nadie.

1 comentario:

Esti dijo...

Ay, las reliquias... siempre me hacen recordar aquel gag de Gomaespuma, donde publicitaban Reliquiasa (sociedad anónima) que se ofrecía a recoger pelo, trocitos de uña de personas muy buenas para que cuando se murieran y los santificaran tú tuvieras ya tu reliquia. También te ofrecían invertir en reliquias ya existentes como los pies de un mártir que el día de su santo andaban y recuperaban el olor. Qué graciosos que eran.