Intentaré no quejarme aquí de cómo va el mundo, ya que, para una vez que vengo, no voy a dar la lata por enésima vez. Uno de los pocos placeres que aún no están del todo adulterados es el placer de la lectura, aunque las grandes editoriales se empeñen en decidir qué se lee y quién consigue sus cuantiosos premios. Entre las lecturas que he ido combinando este mes me he reencontrado con "La Ruta", la segunda de las entregas de la trilogía "La forja de un rebelde" de Arturo Barea, en el que, abandonada su mocedad, se larga a hacer la mili al protectorado español de Marruecos de hace ahora 100 años y nos cuenta las miserias de los soldaditos pobres que iban analfabetos y muertos de hambre a ser la carne de cañón para que los ricos de España y los militares africanistas pudieran seguir chupando del bote. Alguien tenía que mal morir para que ellos pudieran vivir bien y total sólo eran campesinos y proletariado prescindible. Espectacular relato de lo que fue el primer tercio del siglo XX en España.
Acabada "La ruta", me he encontrado con "el Papa del mar" de Vicente Blasco Ibáñez, un periodista y prolífico novelista valenciano que decía cosas que molestaban tanto en la época que intentaban callarlo como fuera. Hasta en la primera parte de "la Forja de un rebelde", titulada, "La forja", a Arturito los padres escolapios le montan un cristo enorme por leer a semejante descreído. Lo que son las cosas.
Blasco Ibáñez en el curro.En esta novela esrita hace cien años exactos, Blasco Ibáñez nos cuenta la vida de Claudio Borja, un joven que nació en una familia mixta. El padre era levantino y católico y la madre francesa y judía. En uno de los primeros momentos de la novela, la vieja hebrea que le cuida en casa de su tío Samuel en París, le cuenta historias sobre el Talmud (No confundir con la Torá, que es el Pentateuco de la Biblia).
Una no puede evitar dejarse llevar por este cuento, más bien distopía, de la vieja niñera:
[ - Cuando venga el Mesías, goy- continuaba la vieja-, los judíos dominarán a todos los pueblos de la Tierra. Su victoria resultará tan enorme que serán precisos siete años para quemar las armas de los vencidos.
Todas las riquezas del mundo vendrán a manos del los nuestros, y el tesoro del Rey-Mesías será tan enorme, que necesitarán trescientas bestias de carga para llevar solamente las llaves de sus millones de arcas repletas de dinero. Recibiría el israelita más humilde dos mil ochocientos esclavos: pero finalmente, todos los pueblos, después de su enorme derrota, abrirán los ojos, pidiendo la circuncisión y la túnica de los prosélitos, quedando el mundo entero poblado de judíos.
- Entonces, goy, la tierra producirá sin trabajo tortas con miel, vestidos de lana y un trigo tan hermoso, que uno de sus granos será tan gordo como los dos riñones de buey más grande.
Tras estos relatos del Talmud, profucto del orgullo delirante y la sed de dominación de un pueblo atropellado durante siglos y siglos, la vieja describía el banquete de la Humanidad entera para celebrar el triunfo del Mesías.]
 

 
 
 
 
 
 
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