Leyendo a Kropotkin y su libro de hace ciento treinta años encuentro lógicas palabras sobre la emancipación de la mujer del trabajo doméstico "propio de su condición", que aún hoy día, muchos prohombres de derecha o incluso izquierda creen natural. Porque la conquista de libertades estaba muy bien para el hombre, que podía reclamar sus derechos universales, pero ay de la mujer que los pidiera, por ejemplo, en esa Francia revolucionaria. Ya lo hizo Olimpia de Gouges y acabó decapitada. ¡Pedir derechos de la mujer! ¿En qué cabeza, decapitada, cabe?
Olimpia tenía razón.
Y así, las libertades de las mujeres siguen, aún día, mermadas porque muchos creen natural y no artificial, la supeditación femenina ante la supremacía masculina. Ya lo recogía Ángela Davis, la intelectual afroamericana, antes se aceptó el voto del hombre negro que el de la mujer independientemente del color de la piel que esta tuviera. La mujer, pertenezca a la clase que pertenezca, sea proletaria o de clase acomodada, no tenía ni voz ni voto ni contaba para nada que no fuera callar, criar a los nenes y ser lucida del brazo de un propietario.
Palabras de Kropotkin: ¿Por qué el trabajo de la mujer no ha contado nunca para
nada?, ¿por qué en cada familia, la madre y con frecuencia tres
o cuatro sirvientas, tienen que dar todo su tiempo a los asuntos
de la cocina? Porque aquellos mismos que quieren la liberación
del género humano no han incluido a la mujer en su sueño de
emancipación y consideran como indigno de su alta dignidad
masculina pensar “en esos menesteres de la cocina”, de los que
ellos se descargan sobre las espaldas del gran chivo expiatorio:
la mujer.
Emancipar a la mujer no es abrir para ella las puertas de la
universidad, del foro y del Parlamento. Es siempre sobre otra
mujer que la mujer liberada descarga el peso de los trabajos
domésticos.
Emancipar a la mujer es liberarla del trabajo embrutecedor
de la cocina y del lavado: es organizarse de modo que le permita,
si le parece, criar y educar a sus hijos, conservando tiempo
libre para tomar parte en la vida social.
Esto se hará, ya lo hemos dicho, ya comienza a hacerse. Sepamos
que una revolución que se embriague con las bellas palabras
de Libertad, Igualdad y Solidaridad, manteniendo la esclavitud
del hogar, no será la revolución. La mitad de la humanidad,
sufriendo la esclavitud de la hornalla de cocina, tendría
aún que rebelarse contra la otra mitad.
El último párrafo es sublime.
Marco
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Hace 1 semana
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