Tengo un bló

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Tmeo, la mejor revista de humor

lunes, 13 de agosto de 2012

Festarik behar bada (Si hay que hacer fiesta)

El sábado empezó la semana grande de San Sebastián. No es que sean las fiestas más queridas de los donostiarras, porque estas suelen repartirse entre la Euskal Jaia de septiembre, Santo Tomás, el 21 de diciembre, los carnavales tradicionales de allá, el primer fin de semana de febrero, y, sobre todos ellos, el día de San Sebastián, el 20 de enero. Pero es la fiesta que más dura, concretamente, nueve días.

La semana grande siempre ha tenido fama entre los donostiarras de ser una fiesta "mírame y no me toques" hecha más para los turistas que para los propios vecinos de la ciudad. Cuando la capital guipuzcoana, que no siempre fue la capital de Guipúzcoa, por cierto, era la ciudad de moda entre la realeza, la nobleza, la alta burguesía y todos aquellos lameposaderas que se arrimaban al poder allá por aquellas épocas entre las tres últimas décadas del siglo XIX y el primer tercio del XX, se intentaba animar la vida a los veraneantes. A alguien se le ocurrió que, aprovechando la festividad de la virgen de agosto,  se podía amenizar con un festival taurino el ambiente, y así, entorno a 1876, surgió la semana grande, al igual surgió en Bilbao, Santander o Gijón. Las verbenas y las carreras en el hipódromo vendrían después.



Claro que los tiempos cambian, y como, y en Donostia yo he vivido semanas grandes diversas y mutantes. Para empezar, los toros se alejaron hasta alberos más o menos cercanos, ya que en 1973 tiraron abajo la plaza del Txofre, además del casino Kursaal. En el Txofre edificaron viviendas. Mis tíos viven allá, cerquita de la Zurriola. El Kursaal fue un agujero negro hasta 1999, que es cuando inauguraron los cubos de Moneo, que, no se engañen, fue elegido en un concurso pero porque era el más barato, cosa que luego se encareció, entre otras cosas, por tener que corregir defectos, como el surgido tras caérseles la escalera central.

El hipódromo, que es un lugar fantástico, espero que no cambie jamás, ya que suele ser un lugar por el que se puede pasear entre semana. Los días de la copa de oro aún se suele llenar de rancios herederos de cuadras, títulos nobiliarios y añejos pisos de veraneo en la zona romántica del ensanche Goikoa (El centro de la ciudad)

Pero durante mi infancia y juventud no había toros, afortunadamente, y, al igual que ahora, la pasta que se juega con los caballitos no me interesaba nada. Bajábamos a Donostia -Soy de barrio alto y alejado-, primero con los padres y luego con los amigos, a dar una vueltecica, cenar algo en forma de pintxo o bocadillo y quedarte a ver los fuegos artificiales. Porque toda la semana hay un concurso de pirotecnias. Muchas noches mi padre nos metía en su SEAT 1430 y nos llevaba a aparcar por la vetusta fábrica de cervezas El León, hoy la zona moderna del barrio de Benta Berri. Nos sentábamos en la playa de Ondarreta a ver los fuegos y luego a comernos un helado. No hay nada tan simple, no hay nada tan copiado. Las riadas de personas que se dirigen a las heladerías del centro nada más acabar la exhibición. Durante los fuegos, tuvimos una época, mis amigos y yo,  aprovechábamos para ir a por helado o cenar tranquilamente por los bares desiertos. Todo el mundo miraba al cielo, y nosotros a los vasos.

Todo hay que decirlo, el día 14, a las siete de la tarde se cantaba la salve a la virgen y venían las autoridades. Siempre había follón. Había que andar con cuidado. Solíamos bajar mi hermano menor y yo al ferial del paseo nuevo, porque había menos gente, y veíamos decenas de furgonetas de la policía nacional, primero de marrón, luego de azul, ya, años después los beltzas (iban de negro) de la ertzainza. Algún año nos ha tocado subir por Urgull para quedar con nuestros padres en la plaza de la basílica del Coro, y bajar por la subida al Castillo porque la 31 de agosto era un campo de batalla. Era extraño potear con los padres, los primos,( la prima cantaba en la escolanía San Ignacio una parte de la Salve Solemne de Récife y el Ave María de Usandizaga. Todo el mundo acababa cantando el Agur Jesusen ama, la salve de los marineros vascos a la virgen), y mirar como la plaza de la Consti se llenaba de humo y de tipos con casco y "pelotero" mientras dentro del bar nos amorrábamos a la coca-cola viendo el triste show.

Tiempo después te dejaban ir con los amigos y, si quedabas en el barco de una amiga, que estaba tomando el sol en el muelle, tenías que meterte en el primer bar a mano, mientras la escaramuza duraba y los guiris flipaban y había que explicarles que era una suerte de "moros y cristianos" del siglo XX, o del XXI. A veces te quedabas mirando desde la plaza de la reina regente las descargas de la policía y los lanzamientos de objetos de los chavales...Y no tan chavales. Otras veces, mucho más grave, estabas tranquilamente comprobando como la banda verbenera desafinaba de lo lindo, intentando adivinar qué canción popular nada parecida a la realidad estaban perpetrando en el recinto de las txoznas del paseo nuevo, cuando había cuadrillas de blusas (peñas de fiesta) que el ayuntamiento logró año tras año deshacer, cuando la policía nacional irrumpía subiendo las viejas escaleras del aquarium y terminabas corriendo en estampida bien subiéndote al monte Urgull, bien hacia el paseo de Salamanca, dirección el puente del Kursaal. Una de las sensaciones más desagradables que he vivido, que te corten una fiesta cuando te lo estás pasando de miedo sin meterte con nadie y las ¿Fuerzas de orden público? irrumpen en un lugar lleno de gente sembrando el pánico, las carreras, las contusiones y el caos. Eso me pasó en el 91 y me volvió a pasar en el Nafarroa Oinez de Bera en el 93, pero eso es otra historia. Hará un par de años todo estaba tranquilo, y los únicos que se movían eran los reporteros de la tele con sus cámaras y cuadernos en ristre. La ertzaintza llegaba al derrape en sus furgonas y se bajaban amenazantes sobre la altura de cierto establecimiento hostelero en el que mucha gente, entre ellos, yo, estábamos con la cervecica fresca en la mano, a ver si alguno movía un dedo que les permitiera tener una excusa. Aburridos de esperar, y nosotros de mirar entre tragos, se largaban en plan hombres de Harrelson. Si eso no es provocar, yo soy japonesa.

Me estoy extendiendo demasiado pero es que se me agolpan los recuerdos, y eso que no son unas fiestas que nos interesen demasiado a los donostiarras. Sólo nos importa el día 14 y el 15 de agosto, porque por la noche, en la plazuela donde está la sede de Gaztelubide, se cantará a la fiesta. Y aunque la letra realmente pertenece a otra melodía que compusiera el maestro José Juan Santesteban, en Gaztelubide, cantan  la que compusiera el popular maestro Raimundo Sarriegi, el cual merece un post por ser el compositor que más alegría dio a las fiestas donostiarras.




La letra dice:

Festara! Festara! Festara!


Festarik behar bada
bego Donostia,
betikoa du fama
ondo merezia. (Bis)
Bestetan ez bezela,
hemen gazteria, beti
amaren sabeletik
dator ikasia.


¡A la fiesta! (3 veces)

Si hay que hacer  fiesta,
que sea en San Sebastián.
Tiene bien merecida
fama desde siempre (Bis)
Al contrario que en otras partes
aquí la juventud, desde siempre
lo tiene bien aprendido
desde el vientre de su madre.

Festara! (¡A la fiesta!)


Lo dicho, que mañana se canta el festara, y a pesar de mirar con embeleso otras fechas del calendario que no estas de Semana Grande, los donostiarras somos alegres hasta para este día. Y hoy, el abordaje pirata. Una idea "xelebre" que la corporación municipal quiso eliminar, como eliminara la bajada de Urgull de las extintas peñas festivas, que no tuvo más remedio que aceptar a regañadientes doliéndoles el tener que incorporarlas al programa de fiesta:





Y es que los donostiarras, a juzgar por lo que dicen de nosotros, nuestros vecinos de la provincia, somos demasiado "kaxkarinak" (alocados) quién sabe si es debido a la alegría gascona que dejaron en herencia los que hicieron grande la ciudad en siglos anteriores. Arturo Campión, que era pamplonés, decía de San Sebastián que era "jaiapolis" (La ciudad de la fiesta).

4 comentarios:

mariajesusparadela dijo...

Un 1430 era un señor coche. Yo ni siquiera llegué, en mis inicios, al hermano pequeño (el 124) y con un seiscientos me recorrí España en los 70...

Ripley dijo...

y para cerrar agosto la Aste Nagusia de Bilbao, que para nosotros sí es una fiesta importante porque nosotros la vemos como una fiesta para nosotros que compartimos con los demás. un musu señorita nostálgica

ROSA M. dijo...

Escribir los recuerdos es manera de revivirlos y compartirlos, una crónica muy interesante. He recordado que yo estaba loca por el 124 sport.
Que disfrutes de la fiesta y de tu preciosa ciudad,

nineuk dijo...

GORA DONOSTIA,LA HOSTIA!