11 de noviembre, día de San Martín, día afamado por ser la
fecha alrededor de la cual se hace la matanza del animal criado en casa, del
cual se extrae todo lo comestible para pasar el crudo invierno, que ya toca a
la puerta con los nudillos, y es que estamos a un mes largo de que empiece el
trimestre invernal.
Pues tal día como hoy, día de San Martín, asentado ya el otoño, hace 100 años, en pleno 1916, época
de prosperidad en el norte fronterizo ante la guerra mundial que azotaba con
crueldad a los vecinos del pueblo de al lado, porque a pesar de pertenecer a la
misma cultura vasca, eran franceses, como así lo demuestra el monolito a los
caídos de la “gran guerra” de la iglesia de Urruña (Urrugne), nació una niña en
un caserío del Bortziri. Esta niña trabajó duro desde pequeña porque la familia
era pobre. No asistió a la escuela porque estaba lejos y era necesaria su ayuda
en el caserío. Es que ni castellano sabía ¿Para qué, si en el pueblo pocos lo
hablaban y todos usaban el euskera? Nunca había hecho falta antes, y menos si
era mujer, ya que ni al servicio militar tenía obligación de presentarse.
Barrio de Bittiria, escondida, en segundo término, la casa Etxetxar, donde vivió de casada.
Esta niña, con el tiempo, creció en medio de tareas de campo
y de la casa. Hasta se echó novio. El hijo mayor de otro caserío del barrio. Un
mozo alto y fuerte. Este sí fue a la escuela y hablaba algo de castellano. Su abuelo
José Esteban lo obligaba a ir a la
escuela porque sabía lo importante que era saber manejarse con letras y
números, aunque vivieran en el caserío de aquél bucólico pueblo. Y llegó la
guerra, y el joven, que estaba en la mili, en Vitoria, aún tuvo esa irónica suerte
de ser tropa de mandos sublevados. Pasó la penuria de la guerra y el frío de
Teruel congelado en una batalla crudísima, siendo herido de metralla en un
costado. Al acabar la maldita guerra, su
novia no reconocía a ese delgado joven vestido de soldadito de reemplazo que
volvía a casa y la sonreía. Tuvo que mirarlo de hito en hito para reconocerlo
de lo demacrado y sucio que estaba.
Al llegar la victoria, que no la paz, él pudo colocarse en
la fundición del pueblo, pudieron casarse y buscaron casa en el centro de la
villa. Y con el tiempo, llegaron los hijos, dos, niño y niña. Once años más
tarde llegaría la tercera y última hija. Trabajando duro, con mucho esfuerzo,
pusieron una casa de comidas, pues ella era una estupenda cocinera.
Lesaka desde Eskolttiki
Una gran cocinera, muy dulce, aunque con un genio navarro
que para qué, aunque, por desgracia para mí, mi amatxi (abuela en el euskera de
la zona del Baztan, Bortziri y el bajo Bidasoa guipuzcoano) sufrió una embolia
y siempre la recordaré malita, con dificultad para caminar, y es que murió
cuando yo tenía 8 años, en los calurosos días de las fiestas del pueblo. El día
de peñas. El 8 de julio de 1982.
Hoy, mi amatxi Alberta hubiera cumplido 100 años.
4 comentarios:
¡Qué homenaje más bonito!
Nunca me preocupé demasiado por saber cómo fueron las vidas de mis abuelos, las penurias que pasaron, y cuando me di cuenta lo hice tarde y sólo acerté a preguntar a una.
De jóvenes siempre nos parece el mundo gira a nuestro alrededor :(
Aunque hay muchas historias como la tuya, gusta leerlas para no olvidar quienes somos y de donde venimos.
Saludos
Que bonito homenaje a tu abu!
Qué vidas tan duras las de nuestras abuelas. La mía también sufrió una embolia y quedó en silla de ruedas y sin hablar.
Precioso homenaje.
Besos, Juli.
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