Tengo un bló

Tengo un bló
Tmeo, la mejor revista de humor

miércoles, 28 de agosto de 2019

Cansinos cinegéticos

Domingo por la mañana de final de verano. Te despiertas aún temprano y escuchas a lo lejos los disparos de los cazadores y te sorprende escuchar la cantidad de tiros tanto como para preguntarte si a estas horas hay tantas piezas a la vista. Después de un rato de pereza y lectura reconfortante decides aprovechar la jornada y sales a dar una larga vuelta por los caminos rurales que rodean esta ciudad de provincias. 

Buen tiempo dominical

La mañana está fresca, que no fría y aún se podrá aguantar el sol hasta antes del mediodía. Luce el sol y te llenas los ojos con los paisajes agradables y, cuanto más te alejas de la zona poblada vuelves a sentir las escopetas de los cazadores, a veces peligrosamente cerca. Ya te habías olvidado de los tiros matutinos que te han amenizado tu despertar.Tornas a preguntarte qué demonios se cazará ahora porque esto no es la selva y no hay caza mayor. ¿Conejos, torcaces? 

Torres del Bages, casa milenaria.

No estás enterada de las épocas de veda porque la cinegética te la trae fresca, pero que te disparen cerca sí que te calienta la mala leche, la verdad. Y puedes ver entre el sotobosque, algunos hombres paseando una escopeta vestidos de pseudosoldaditos, a veces son prejubilados barrigones y otras veces te sorprende divisar jóvenes treintaañeros. Todos llegan en sus todoterrenos y aparcan bajo la sombra de un árbol. Si te fijas bien. descubrirás varios automóviles a la orilla del camino. 

Balas de paja con Montserrat al fondo

Todos ellos son los coches de esos cazadores que llegan con sus escopetas, se desfogan, matan algún inocente animalillo, molestan con el ruido, irritan con la cercanía de sus proyectiles y acaban largándose a eso de las once a un bar convenido donde almorzarán como bestias contándose sus hazañas cinegéticas derrochando fantasmadas y exageraciones. 

Los cazadores ruidosos se esconden en los bosquecillos

Algunos de estos vehículos manchados de polvo del camino te rebasan cuando ya estás de vuelta hacia casa antes de que el sol del mediodía se vuelva intratable.

martes, 20 de agosto de 2019

Reunión de buitres

¡Pues cómo están mis paisanos de cabreados por la reunión del G7 en Biarritz! Biarritz esa ciudad para veraneantes decimonónicos que se encuentra a 30 kms. de la frontera con Gipuzkoa. Desde el pasado fin de semana hay controles exhaustivos. El topo (tren de vía estrecha  que enlaza San Sebastián con Irún y Hendaia, cruzando la frontera desde hace más de 100 años) ya hacía más de tres cuartos de siglo que no recordaba finales de trayectos antes de pasar la muga (Como se llama a la frontera en la zona). Numerosos nativos de la zona del este guipuzcoano que debido a la especulación inmobiliaria se establecieron en ese pueblo vecino que pertenece a otro estado de la UE ven, con cabreo legítimo, cómo les cierran las fronteras y les impiden cruzar el puente como cualquier día normal. A los transportistas los mandan, directamente por la Jonquera. Todo porque los más poderosos de la tierra tienen que venir a dar la murga a este enclave atlántico en vez de irse al desierto del Gobi a tomar Kumis en yurtas con camellos de dos jorobas a la puerta.

G7 en ningún lugar.

Y mientras esta panda de cerdos cebados se reúne  con fines más que sospechosos, la crisis de los muertos en el Mediterráneo saca lo peor de lo que piensa la ciudadanía, cada vez más próxima a votar a Vox. Peleles manipulados. Hasta el fulano que va de sobrado en este partido neofacineroso demuestra lo confundido que puede estar. Lástima que sus confundidos votantes lo crean, encima.




Los extranjeros ricos llegan sin problemas, para ellos, hasta Biarritz, aunque sea utilizando pequeños aeropuertos locales jodiéndoles la vida a los vecinos que tienen la desgracia de residir cerca del lugar donde perpetrarán sus fechorías. Esos, que sí hacen daño y que sí te quitan el trabajo y la vida, son vitoreados, mientras miles de desesperados prueban a jugarse la vida (Y muchos mueren ahogados) porque no les queda otra salida.

lunes, 19 de agosto de 2019

Divagaciones agosteñas.

Este agosto me puedo consolar con haber pasado cuatro días en mi ciudad gracias al puente. Menos da una piedra. Esa temperatura suave de calorcito sin pasarse y noches en las que tienes que echar mano a la rebequita de tanto en tanto.

La semana de fiestas inauguradas  hace un siglo en todas las capitales veraniegas norteñas para entretener al visitante estival de la meseta. Ha cambiado algo en cien años. la especulación inmobiliaria y la gentrificación están convirtiendo a Donostia en una caricatura. Todos los bares de pintxos iguales unos a otros. Tan iguales que no queda nada de su singularidad ni su autenticidad pues están pasando a ser locales de producción industrial en manos de unos pocos.

Menos mal que siempre quedan rincones.

Mi ciudad favorita desde mi monte favorito.

Y el verano sigue demostrando varias cosas, que cada vez escribo peor y que Europa es de lo más inhumana.

lunes, 5 de agosto de 2019

La cena del primer viernes de agosto

Me invitaron el viernes a unirme a una celebración. Unos afortunados operarios de una empresa celebraban el viernes el inicio de sus vacaciones. Una empresa del baqueteado sector textil que tanta fuerza tuvo en esta comarca y que fue motor de la economía del país. Echan su cerveza de las felices vacaciones en un entorno de paz y quietud, todo lo contrario que su trajinar cotidiano laboral. Un ambiente alegre y festivo que descubre el inicio  del merecido descanso estival.

Y después de este simbólico inicio nos fuimos a cenar a un pueblo cercano en el que abundan los bulliciosos  y funcionales bares de tapas. Locales nada pretenciosos en los que importa más el ambiente que la cena. Pero, claro, una cosa es que no pidas florituras de estrella Michelín y otra que te tomen el pelo.

Para empezar, el camarero nos dice que no quedan raciones de carne en salsa, cosa que a ninguno nos importó porque íbamos pensando en las socorridas bravas que a todo el mundo gustan. Y pedimos unos chocos, un plato de queso manchego de precio pelín elevado, porque la carta de tapas fija su coste en  8'50€, y también se nos antoja una ensalada con langostinos en tempura.

Vuelve el camarero con fingida contrición y nos comunica que no hay ensalada de langostinos, así que la cambiamos por una de frutas y queso de cabra. Aparecen las primeras tapas. Los cuatro miramos con sorpresa. El plato del queso manchego trae tres lonchas anoréxicas y otra más que no llega a estar entera. "¿Y este queso vale 8'50€?" preguntamos incrédulos al camarero. "Sí, se ha quedado un poco corto,  ¿no?" Y se retira a la cocina a pedir unas lonchas un poco menos miserables.


Manchego anoréxico in situ.


Los chocos salen y la ensalada, también. Nos colocan cuatro lonchas de manchego algo más generosas, que tampoco son para exagerar. Tocamos a dos porciones por barba y es manchego, que está muy bien pero tampoco está para ponerse al precio del parmigiano reggiano  que se pasa de dos a tres años de curación.

Estamos de celebración porque tienen vacaciones, yo aún no, así que aparcamos el asunto y brindamos. Aparece el encargado para decirnos que se acaba de estropear la freidora de las bravas y que no nos las pueden ofrecer, aunque acabamos de ver pasar tres o cuatro platos de esos dorados tubérculos fritos napados en salsa picante. Lo cambiamos por una torrada de jamón serrano cortado con poco cariño. Decidimos que el postre lo haremos en otro lado, a ver si hay más suerte.

Para compensar lo de las bravas, que no lo del queso disfrazado de caviar, nos regalan una porción de tarta de queso. Somos cuatro. Si la elegancia fuera lo suyo, con un convite de chupitos hubieran quedado mejor.