Hay cosas que, desgraciadamente no cambian, o no lo hacen como deberían. Si aún hoy día son los hombres, ya sea en Washington o en el Vaticano, los que deciden que las mujeres no pueden tomar decisiones sobre su propio cuerpo, hace cien años, claro está, la cosa no estaba mejor.
Estoy acabándome el detallado compendio sobre la primera guerra mundial que David Stevenson, con el título 1914-1918, publicó. En ella se dan ingentes detalles sobre una contienda bélica que aún arrastramos, tanto que hasta Lenin, por aquella época, decía de no era más que una excusa para repartirse el mundo. No hay más que echar un ojo a Oriente próximo y medio, que eran del perdedor imperio otomano y que Francia y Gran Bretaña se repartieron como buitres: Siria, Jordania, Palestina, Irak...¿A qué os suena?
Ensayo sobre la primera guerra mundial
Pero estaba comentando el maltrato a la mujer a la que se permitió ser mano de obra de la industria de guerra en los países aliados: Francia, Gran Bretaña y, menos, EEUU, que entró muy al final, a ver qué se llevaba. La prensa instaba a las mujeres a ir a la fábrica por el bien nacional, pero, en cuanto llegó el alto al fuego, desde esa misma prensa, se las atacaba argumentando que quitaban el pan de los hombres, ellas, que no tienen derecho a ser como ellos, quitándoles el trabajo a los soldaditos. ¡Faltaría más!
La hipocresía burguesa instó a sus gobiernos a promulgar leyes contra las mujeres obreras. Gran Bretaña sacó, con todo su descaro una Ley de Restitución de Usos de Preguerra. La mujer, buena para trabajar mientras los hombres mueren por los ricos de sus países, deben abandonar su mejora laboral, salarial y social en beneficio de los excombatientes y ellas deben volver al servicio doméstico o pescar un marido que las mantenga. ¡Estará bueno que una mujer se atreva a querer ganar más dinero del que se merece por ley! Despedidas en masa en 1919, recibieron un donativo de despido inferior al que se daba a los hombres. ¡No vamos a repartir con ellas! A partir de 1922, las mujeres casadas ya no cobraban el subsidio de desempleo. ¡Que las mantengan sus maridos!. Si lograban tener formación laboral, en cosas propias de su sexo, como la industria textil y gracias.
Cartel de la segunda guerra mundial que vale para la primera.
Para colmo, porque es el colmo, Francia endureció sus leyes anticonceptivas y abortivas. Como los hombres habían decidido ir a morir a la puta guerra, las mujeres debían pagar el pato dando hijos al país. Cuantos más, mejor. ¡Ay si te pillaban intentando no tenerlos, mala patriota!
Los hombres, ricos, decidiendo, como siempre, sobre los demás: Cuándo hacer la guerra y enviar pobres a morir, para enriquecerme yo; permitir que la mujer entre a fabricar mejorando sus condiciones económicas para echarla en la paz y criticarla si no quiere, y, encima, decidir sobre su cuerpo sin dejarle opción a elegir.
Yo, hombre, decido por ti, mujer. Ay como no obedezcas...
Cien años y no ha cambiado nada.
Marco
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Aitor Arregi y Jon Garaño me parecen dos buenos directores, tanto cuando
trabajan juntos como por separado. La única película suya que no me gustó
fue Han...
Hace 2 semanas
1 comentario:
Siempre salimos perdiendo nosotras...
Ese libro parece interesantísimo. Me lo voy a apuntar. Gracias.
Besos, Juli.
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