Tengo un bló

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Tmeo, la mejor revista de humor

jueves, 11 de enero de 2018

Relato con pompa fúnebre

¡Recoge tu cuarto y tira la basura! Aquella orden resonó por el lóbrego pasillo del gélido piso de casa señorial de ciudad castellana. En pleno enero había venido mi madre a enderezar mi desorden. Ella había parido una niña desordenada y no lo aguantaba. Tan desordenada que ya dormía al revés rompiendo la uniformidad en la sala de cuidado de neonatos del hospital. Tan desordenada que me caían unas broncas inconcebibles de mis profesoras porque mi letra era desigual, amontonada y mis renglones siempre se torcían. "¿No podrías ser como Laurita que escribe tan bonito?", me afeaban por mi caligrafía. Porque Laurita era una ejemplar chica ordenada. ¿Cómo no iba a serlo si en su cabeza había tan poco que ordenar? No, no quería ser como Laurita por mucho que me abroncaran.

Y desde la infancia aguantando reprimendas continuas por mi desorden: Libros amontonados de cualquier manera, notas emborronadas en todas partes y en todo tamaño de papeles, montañas de ropa esperando en vano que alguien las planche, las doble y las guarde en el armario...

Y por fin, a pesar de mi desorden, alcancé logros académicos e incluso laborales. Eso sí, mi mesa del trabajo siempre lucía rebosante y desastrada, pero, a pesar de ello, mi eficiencia era incuestionable, cosa que desataba no pocas envidias de compañeros pulcros y puliditos que, a pesar de su apariencia ordenada, no superaban mi calidad.

Objetos desechables de Segovia

Y vino mi madre al acabar la navidad siguiéndome a la capital castellana para ver qué hacía en la vieja casa que perteneció a la abuela y que yo ocupaba desde que me fui a estudiar la carrera. El gélido invierno había bajado aún más la temperatura teniendo que soportar el mal humor de mi ordenadísima madre que gruñía por cada esquina. "¡Haz el favor de tirar esto! ¡Deshazte de aquello!"

Hasta me obligó a sacar a la basura el ataúd tan cómodo que había en el viejo despacho del abuelo. Nunca supe de dónde había salido, pero allá estaba. Lo recordaba desde siempre con su aire fúnebre pegado a la librería acristalada. Recuerdo haberme metido una vez en plena crisis de los exámenes finales, para ver qué se sentía, y me quedé dormida dentro.  Después del sueño abrigado por la caoba y del excelente resultado del examen, de tanto en tanto reposaba mis huesos sobre esa caja de madera noble. Hasta que llegó mi madre y me obligó a desprenderme de ella.

4 comentarios:

Siempre suya dijo...

Vaya...
Difícil encontrar otra explicación....

Juli Gan dijo...

Siempre suya: Qué honor leerte. :) Pues se me había ocurrido otra algo más macabra añadiendo la moto de repartidor de pizzas del fondo y un trepidante éxito de aquellas de carne croustillant, pero no me he atrevido. El secreto está en la masa...¿Encefálica? Jaaajajaja. Saludos.

dintel dijo...

Me ha arrebatado el relato. El tono es genial. Vamos, que cuelgo el comentario y me lo vuelvo a leer.

Juli Gan dijo...

Dintel: Muchas gracias por tus palabras.