Tengo un bló

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Tmeo, la mejor revista de humor

lunes, 23 de marzo de 2020

Redacción rápida y confinada

Menudo mazazo. Mi jefe me ha dicho hoy que una paciente muy conocida de su consulta ha fallecido a consecuencia del SARS-cov-2. Era una enérgica mujer que se había dedicado toda la vida a la enseñanza. Descanse en paz.

El día es gris, desapacible y plomizo en todos los sentidos. Debería llamar a mis hermanos y escucharlos, aunque nos mandemos chorradas por el whatsapp eso no basta. Deberé vencer mi desapego por el aparatejo que inventó Meucci pero del que se benefició el granuja de Graham-Bell (¿Granuham Bell?)

Uno de mis hermanos, además, forma parte del personal sanitario y me preocupa su situación. Tiene gracia que anteayer habláramos de un libro que tiene que estar en su casa y le apetece leer de manera flagelante, ya que no se trata de otra obra que "el diario de Anna Frank", una versión argentina de 1959 que estaba en casa de mi abuelo el maestro, aunque a juzgar por la firma de la primera página es de una de mis tías.

Hay que tener ganas de meterse ese coñazo diario que narra el angustioso encierro de dos familias judías en el desván de una oficina, encima, con el esfuerzo añadido de estar en argentino, porque es una edición de la época en que España era un cuartel y este tipo de libros propios del contubernio judeomasónico no eran del agrado de los admirados héroes de los voxmitados.

Libros, un consuelo.

Tendría yo unos ocho años cuando mi padre me plantó ese ejemplar en las narices y me dijo algo así como "léelo, es el diario de una chica perseguida por los nazis". Me costó leer los pensamientos de una adolescente que hablaba de porotos y arvejas, y me costó saber que eso eran alubias y guisantes, dos legumbres que cambian de nombre según la región geográfica. Años más tarde leí una versión íntegra y sin retocar. Se sabe que el padre, único superviviente de los Frank, suprimió algún que otro pasaje donde la niña, que no era tan niña, tenía sus despertares sexuales, y, claro, pues como que al señor le resultaba impúdico.

Supongo que mi hermano habrá encontrado aquél viejo ejemplar que tiene más de sesenta años y lleva más remiendos que la ropa vieja y lo leerá los ratos que tenga libres, no como el pelmazo de Spiriman, que en sus ratos libres se dedica a su verdadera vocación: Ser vedette televisiva.

En fin, yo me acabo de ver "la trinchera infinita". Sarna con gusto, no pica.

3 comentarios:

Emilio Manuel dijo...

Spiriman, que es médico de UCI lo mismo que su esposa, fue el que movilizó a Granada y a Andalucía a favor de la sanidad pública en unos momentos en los que se reducía esta sanidad a favor de la privada, su grave error, el que le hizo que la gente le retirara su apoyo, fue su "bocaza", arremetió de malas maneras a diestro y siniestro y esto asustó, hoy se limita a salir en los lugares que lo llaman para hacer su teatro y generar controversia, pese a decir cosas interesantes si las analizamos y retiramos lo superfluo, y a publicar en sus páginas de instagram.

Nosu dijo...

Del diario, yo me leí la versión en español, pero de un pdf encontrado por la red un poco cutre. Me gustó-impactó, algún día lo compraré en papel. Y mira que cuando visité la casa en Amsterdam, que al final, como no, tienen la tienda con todos los idiomas habidos y por haber, no lo compré.
Hace algún año se anunció que habían rescatado tres páginas más del diario, en el que se hablaba más de ese despertar sexual de Anna. No sé si ya se habrá hecho una re-re-re-edición co nesas páginas incluídas, estaría interesante investigar.

Mucho ánimo por todos los allegados a los que le toca el virus de cerca. Mi mujer es enfermera de la primaria y de momento, es soportable. Solo pienso en mi yaya y cruzo los dedos.

Robin dijo...

Y al final, no era una gripe...