Tengo un bló

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Tmeo, la mejor revista de humor

sábado, 27 de octubre de 2018

Lecturas fugaces que golpean

Doce días sin publicar. Eso para mí debe de ser una especie de récord. A lo que he llegado. Tener que desprenderme del placer de dedicar un ratico "güeno" a escribir mis peroratas  en esta plataforma. Pero es lo que hay. Entre curros y cursos de formación debo restar momentos al placer de escribir y, aún peor, al placer de leer. Eso sí que no lo llevo nada bien.

Ojo, que conste que no es queja. Realmente me lo paso muy bien en mis nuevas tareas laborales que un día os contaré someramente. Quizá se deba al hecho de que es algo nuevo, aunque mis funciones anteriores tenían cierto grado de similitud. 

Al lío. Robo minutejos sueltos para leer un clásico de la literatura libertaria llamada "la conquista del pan" de Piotr Kropotkin, que, aunque había oído referir muchas veces, hasta que no pillé un ejemplar, nunca había leído. Cosas que pasan. Me está resultando bastante ameno, a decir verdad.

Es increíble, pero jodidamente cierto, que en 120 años no hemos cambiado nada, para desgracia de la condición humana. Si este libro se escribió a finales del siglo XIX, aún nos encontramos con la misma miseria en la que nos introducía Kropotkin para explicarnos las injusticias clasistas.

El príncipe Kropotkin en diferentes épocas de su vida (Y de su barba)

En el capítulo "Vías y medios", donde explica cómo el capitalismo para existir necesita que haya miseria, sus palabras no nos pueden parecer más actuales:

"Los economistas nos recordarán, sin duda –a ellos les encanta
recordarlo–, el bienestar relativo de cierta categoría de obreros,
jóvenes, robustos, hábiles en ciertas ramas especiales de la
industria. Siempre nos señalan con orgullo a esa minoría. Pero
ese bienestar mismo (patrimonio de unos pocos), ¿es seguro
que les está asegurado? El día de mañana, la incuria, la imprevisión
o la avidez patronal arrojarán quizás a esos privilegiados
a la calle y ellos pagarán entonces con meses y años de dificultades
o miseria el período de bienestar del que disfrutaron.
¡Cuántas industrias mayores (textiles, hierro, azúcar, etcétera),
sin hablar de industrias efímeras, hemos visto parar y languidecer
una tras otra, ya sea por efecto de especulaciones, por consecuencia
de cambios naturales de lugar del trabajo, o por causa
de la competencia promovidas por los mismos capitalistas!
Todas las principales industrias textiles y mecánicas han pasado
recientemente por estas crisis. ¿Qué diremos entonces de
aquellas cuya principal característica es el trabajo temporario?

¿Qué diremos también del precio al que se compra el bienestar
relativo de algunas categorías de obreros? Pues éste se ha
obtenido a costa de la ruina de la agricultura, la descarada explotación
del campesino y por la miseria de las masas. Frente a
esa débil minoría de trabajadores que gozan de cierto bienestar,
¡cuántos millones de seres humanos viven al día, sin salario
asegurado, dispuestos a concurrir adonde sea que los llamen!
¡Cuántos campesinos trabajarán catorce horas diarias por una
mediocre comida! El capital despuebla los campos, explota las
colonias y los pueblos cuya industria está poco desarrollada y
condena a la inmensa mayoría de los obreros a permanecer sin
educación técnica, mediocres hasta en su mismo oficio. El estado
floreciente de una industria se consigue inexorablemente por
la ruina de otras diez.

Y esto no es un accidente: es una necesidad del régimen capitalista. 
Para poder retribuir a algunas categorías de obreros,
hoy es necesario que el campesino sea la bestia de carga de la
sociedad; es necesario que las ciudades deserticen los campos;
es necesario que los pequeños oficios se aglomeren en los barrios
inmundos de las grandes ciudades y fabriquen casi por
nada los mil objetos de escaso valor que ponen los productos
de la gran manufactura al alcance de los compradores de salario
mediocre; para que el mal paño pueda usarse para vestir a
los trabajadores pobremente pagados, es necesario que el sastre
se contente con un salario de muerto de hambre. Es necesario
que los países atrasados de Oriente sean explotados por los
de Occidente, para que en algunas industrias privilegiadas el
trabajador tenga, bajo el régimen capitalista, una especie de
bienestar limitado."

Esto que escribió Kropotkin hace ciento veintitantos años sigue, por desgracia, siendo la cosa más común y deleznable de nuestro ávido sistema capitalista, que no duda en joder la vida, hasta la muerte, de millones de seres humanos para que los que están sacando los beneficios puedan seguir viviendo como reyes a costa del sufrimiento y muerte de todo el planeta, sea animal, vegetal o mineral.

Y que no hayamos cambiado ni un ápice. ¡Hasta la explosión planetaria final!


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Se te echa mucho de menos y más con todo lo que está sucediendo estos días.
Respecto a la lectura, qué decirte. La cultura del "pan para mí" y ya se repartira la miseria desde arriba. Pq es lo que se reparte...

Vuelve!

emejota dijo...

Las superficies resultan cambiantes, los fondos permanecen, cuanto más fondo y más oscuro más inamovible, pero la mayoría flotamos y a quien se hunda mínimamente le tildan de deprimido. Quizás por ello lo del dicho: "nadar y guardar la ropita"

Emilio Manuel dijo...

Te hacia de menos y, como dices, alguna perorata que otra, espero que no vuelvas a tardar tanto tiempo en tu próxima entrada.

Y no estoy de acuerdo cuando dices que en 120 años no hemos cambiado nada, el capitalismo ha ganado y nos tiene a sus pies.

Saludos