Esta mañana, tempranito, he ido a cumplir con mi obligación borrega de ciudadana para renovar mi D.N.I. Documento, como digo,
obligatorio, que no por ello deja de costar 11 lereles, porque sí, a costa del
firmante. Lo más cachondo de la situación es que, tal y como van las cosas en
la comisaría de esta ciudad, pedí la cita en agosto. Nada, tres meses para
formalizar la renovación. Menos mal que una es terriblemente previsora y aún me
han sobrado dos semanas antes de caducar.
Y llego de buena y fría mañana y saludo al joven policía de
la puerta, moreno, delgadito, engominado hasta las cejas, que parece que se
haya duchado con aceite de oliva, que me indica dónde debo pasar. Llego a la
sala de expedición al Everest de “deneís”
y pasaportes. Nueve mesas con nueve ordenadores de los cuales dos tercios están
vacíos, o, lo que es lo mismo, sólo hay tres funcionarias para la decena de
personas que estamos en trámite. Una joven familia magrebí inscribiendo en el
pasaporte a su recién nacido, un chaval en ropa deportiva renovando su carnet
de identidad, una madre con tres niños-terremoto haciéndoles sus primeros
carnets…
Aparece una abuela arrebujada en un abrigo, con unas gafas
de sol tipo folklórica del sur y se sienta a mi lado dando los buenos días que
marca la educación. Como es de esperar, se bloquea el programa que expende los
documentos de identidad. Bufidos, medias sonrisas, murmullos…La abuela de al
lado me comenta no sé qué y un aliento fétido sale de su boca. Una de dos o
esta mujer aún no ha desayunado o si lo ha hecho ha sido un plato de estiércol
fresco y humeante. Giro la cara para que la halitosis no me noquee.
Me llaman. La funcionaria, seriota pero eficiente, se
levanta a poner plásticos en la impresora mientras yo le dejo mi certificado de
empadronamiento, mi d.n.i. en vigor y mi foto de rigor sobre la mesa. A partir
de ahora mi D.N.I. dejará de tener mi vieja dirección donostiarra. Saco la
cartera y le pregunto cuánto es a la funcionaria y me dice: “Nada, el tuyo es
gratis”. “¿Cómo, gratis?”, pregunto. “Sí, al estar aún en vigor te lo he
tramitado como cambio de domicilio, y eso permite que salga gratis”. “Ah, ¡Qué
bien! Pues muchas gracias”. Y salgo de allí con mi nuevo D.N.I. más contenta
que unas pascuas, porque es la primera vez en mi vida que no me hacen pagar por
obligarme a llevar documento nacional de identidad.
4 comentarios:
Jaja, independizarse de Donostia a Catalunya tiene sus ventajas en este caso. El mundo está loco Juli.
Pues oye, a mí me toca en diciembre porque lo perdí, y aún tengo la dirección de mis padres. Pondré la mía a ver si cuela. Lo que es algo que siempre me ha dado rollito, porque si me roban la mochila con las llaves y DNI con la dirección de casa, es puerta abierta para los ladrones. Me dijeron que como estaba en vigor no hacía falta foto nueva, me arriesgaré a ver que pasa.
¿Qué tácticas usáis las que tenéis la dirección de casa real?
Y la tarjeta sanitaria igual. SIETE euros! Siete putos euros me piden por un duplicado de una tarjeta que no lleva ni un chip ni ná. En el super me la dan gratis y es igual de consistente!
Antxon Rabella: Esa es la única independencia que va a haber...por el momento.
Nosu: ¿Siete euros? Joooder con el Catsalut. A mí me echaron fuera una vez y después de ponerles verdes por correo electrónico (Una mierda voy a pagar una llamada al 902) me la dieron gratis y con disculpas. Empadronate poco antes en tu nueva casa y ve luego, con el certificado correspondiente al DNI diciendo que es un cambio de domicilio. Ah, la tarjeta del súper. Me entran ganas de zamparme esa nueva que te han hecho. jaja.
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