A finales de junio, cuando acababa el curso, un domingo se celebró una competición de judo interclubes en un polideportivo de la ciudad que había sido erigido en el tardofranquismo, al igual que el resto del barrio, para lavar la cara al régimen. Hoy día sigue existiendo tal instalación deportiva. Pocos años después, allí mismo, asistí a una exhibición ajedrecística de Anatoliy Karpov, que jugó un simultáneo con un montón de aficionados.
Pero aún era ese tímido junio del 82 y yo no iba muy convencida a competir. Nunca he sido competitiva, todo lo contrario. Me repugnaba pugnar por algo con otros como yo. Nos distribuyeron por categorías. La mía, benjamín, ya no recuerdo los kilos. Eramos una decena de chavales y comprobé, con sorpresa, que yo era la única niña de mi categoría. De mi club sólo estaba Luis, un chavalillo de pelo rizado, el resto eran de otras entidades dedicadas al judo. Me tocó sentarme con un crío muy majo que se llamaba Harkaitz, al que no conocía. Fue muy simpático aquél rubito e hicimos buenas migas.
La pequeña Julitxo
Nos iban llamando al tatami, y gané el primer combate. Luis ganó el suyo y Harkaitz, también. Los eliminados se iban yendo, y no recuerdo cómo, pero ahí seguía yo ganando combates a base de simples o soto garis (Primera llave de pie aprendida) y Kesa-gatames (primera inmovilización aprendida), algún uki-goshi (Primera llave de cadera) de vez en cuando...pero era un juego. Iba, luchaba y no tenía consciencia de que me iba bien.
Me tocó luchar con Luis, mi compañero de club, y el muy cabrito, intentó morderme. El juez de suelo le penalizó. Salí victoriosa. La casualidad quiso que Harkaitz fuera mi contrincante en la final. Me costó mucho, pero conseguí el hippon después de inmovilizarlo.
Y quedé primera de mi categoría. La niña entre los niños. En esto que pasó mi maestro de judo y se me quedó mirando con escepticismo: y una sonrisa burlona:"¿Has ganado, tú?" En aquél momento de mi infancia no recuerdo habérmelo tomado a mal, pero, echando la vista atrás, no me extraña que siempre haya tenido un carácter falto de autoconfianza. Los adultos de entonces no creían en mí y se sorprendían con mis logros. Lejos de felicitarme, no me prestaron demasiada atención. Al poco, dejé el judo y colgué mi cinturón verde sin hacer el examen para azul.
Aparte de mi rechazo a la competitividad y mi falta de ambición siempre he conseguido ser prácticamente invisible. Nadie me animó a seguir en aquel deporte, ni en casa ni en el club. Realmente, no se cómo no crecí más problemática. Aún conservo mi tarjeta de federada y un trofeo como primera clasificada de mi categoría.
2 comentarios:
¡Hola Juli! Tu historia me ha conmovido. ¿Ganas a todos los chicos de tu categoría y lo único que se le ocurre a tu entrenador es cuestionar tu victoria en vez de felicitarte y animarte a seguir? Está claro que su reacción hubiera sido muy distinta si hubiese ganado un chicho. A mí me pasó algo muy parecido con el fútbol. Jugaba muy bien, pero lo único que recibí fueron burlas y cuestionamientos por mi afición al mismo. Así que acabé sintiéndome culpable por amarlo y dejó de interesarme. Y luego la gente se atreve a decir que a las mujeres, por el hecho de ser mujeres, no nos interesan ciertas cosas. ¡Qué falsedad más insultante!
P.D. Eras una ricura de peque, ha sido estupendo verte.
Jolín, curioso, como tú también practiqué yudo, lo dejé en el examen a cinturón negro, por aquella época había que competir con gente de mi peso, que sería pesado o semipesado, ya trabajaba y tenia mis añitos más o menos ventitantos, entre que no era competitivo y que ya trabajaba y no era cosa de que una chaval te estrangulara o te hiciera una luxación, algo muy normal, y no era cosa de darse de baja diciendo que había sido haciendo deporte, la cosa no estaba para gaitas y lo dejé con gran pena, me sigue gustando pero al ser un deporte minoritario la tele no le dedica tiempo, lo cambié por pruebas de larga distancia con la idea de preparar medias maratones o maratones, pero se metió por medio el sindicalismo y la política y todo se me jodió.
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