Una historia de mierda

Hará un año aproximadamente mi mitad trajo a casa una tortuga tropical de Florida. Una tortuga pequeñita de esas que se pasan el tiempo en el agua. Le puso el nombre de Sofi. Sofi, y luego Bastian, porque tenemos dos, pasaron el invierno economizando energías, casi sin comer y todo el tiempo quietas, como muchos otros animales que hibernan. Hasta que entró el buen tiempo y se desperezaron. Se volvieron voraces. Sobre todo Sofi. Comen dos veces al día. Por la mañana minicrustáceos y por la tarde, barritas de pienso. Y siempre cae algún insecto entre tanto. Sofi sigue el bote de la comida con ansias y lo devora todo. Hasta, si puede, le quita la comida a Bastian. No contenta con eso, el animal se come sus propios excrementos. Creemos que "recicla" porque las heces le traen aroma de la comida engullida. Cada día las lavo a conciencia, y de vez en cuando, las dejo en una de las cubetas del fregadero de aluminio de dos cuerpos de la cocina, mientras dejo su urna y sus piedras en la otra pila con agua y lejía. Ayer las dejé así un buen rato para que el desinfectante actuara, y cuando volví me encontré la cubeta de las tortugas llena de mierda pisada y agarré a Sofi y me la encontré con los morros como los llevan los niños que han comido chocolate. Toda la boca marrón, pero de mierda, claro. Lavé a la guarra de ella y las metí en su tortuguera limpia y desinfectada. Al menos esta vez no esperó a cagarse en el agua limpia, lo cual también es un detalle.

Ésta es Sofi, y está contando el chiste de "Camarero, un bocadillo de mierda". "¿Le pongo cebolla?". "No, que luego me huele el aliento".