Corría el año 1944 en aquél acogedor caserío del norte de Navarra siempre lleno de gente. Los hijos, hermanos y sobrinos subían a la casa de los padres para celebrar en familia una navidad alegre, si hay que tener en cuenta que sólo hace cinco años que había acabado una cruel guerra donde el nieto primogénito había sido obligado por estar en el servicio militar a pegar tiros en el ejército nacional pasando mucho frío y hambre en Teruel y luego en el curso del Ebro. Pero había vuelto a casa casi sano y salvo, con la espalda agujereada por la metralla y sin dientes debido a la piorrea y a una mala higiene dental en la trinchera. Había vuelto a casa y el domingo en el baile de la plaza había saludado a la que fuera su novia y ésta no lo había reconocido de lo avejentado y flaco que se presentaba. Se casaron ya entrando la década de los 40 y en junio del año de la foto les había nacido el primer hijo, un varón que llevaría el nombre del patrón de Navarra.
Mis bisabuelos en las esquinas y mis tatarabuelos en el centro. Attona lleva en su txapela dos estrellas que apenas se ven.
Attona que era como llamaban al abuelo tenía 91 años y gozaba de una salud envidiable. Lo llamaban “attona”, que denotaba su origen guipuzcoano, ya que a los abuelos en aquél bucólico valle angosto recibían el nominativo “attatxi”. El attona veía satisfecho reunirse a la mayor parte de su descendencia, incluido a su biznieto, para la navidad, a pesar de que tenía varios hijos pastoreando por el cada vez menos salvaje oeste norteamericano. Aún coleaba la guerra mundial, la segunda. Las playas de Normandía ya habían visto desembarcar al ejército aliado seis meses antes y el general De Gaulle acababa de entrar triunfalmente en París. La guerra siempre es miserable decía lamentándose. Attona llevaba perennemente en su txapela dos estrellas que indicaban su grado de teniente conseguidos en la guerra carlista de 1875. Las llevaba a pesar de haber perdido, porque antes los ideales no se fusilaban, al contrario que ahora. Coincidía con su nieto en que la mezquindad humana perpetuaba las guerras y que cada generación las sentiría dolorosamente sobre su piel. Attona había tenido un hijo en el ejército norteamericano en las trincheras de la desolada Francia de la guerra del 14. A pesar de sus estrellas, estaba harto de guerras. Él quería que los suyos vivieran como siempre habían vivido, con sus leyes viejas y su lengua viva, y aunque obligaría a sus biznietos blandiendo el bastón a acudir a clase con profesores que les impartían formación del espíritu nacional y otras zarandajas, pues creía que el estudio era necesario para formarse como persona, veía con tristeza como su lengua desaparecía por la fuerza de los vencedores. Era otra época diferente a la suya, al menos esperaba morir en paz, centenario, en un mundo que aún tuviera sentido para él.
Missing (Desaparecido)
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Me reencontré con esta peli a principios de agosto de 2024, en La 2 de
Televisión Española, cuando todavía no estaba apaciguado (¿lo está ya?) el
asunt...
Hace 1 día
9 comentarios:
Me considero afortunada, en mi humilde familia levantina todos sus miembros hablaban valenciano como si tal cosa entre ellos. Los chavales lo aprendiamos de escucharles y se utilizaban tanto el castellano como el valenciano segun necesidad y costumbre. Nunca he entendido la razon por la que no ocurriera lo mismo en otras entonces "provincias".
Un abrazo.
En los pueblos, como es el caso de mi familia materna, era más fácil. De hecho el euskara no se ha perdido en esas zonas, además se habla una variante riquísima y musical, que es la que yo hablo, porque, aunque donostiarra, yo hablo navarro. Mi abuela paterna no tuvo tanta suerte porque a ella sí que se le negó el aprender el idioma de su madre.
Y a mi abuela. Yo también lo perdí.
¿Has visto la peli de Orson Welles donde entrevista a un baserritarra que había estado pastoreando en Oklahoma? Oye, el tío, un acento clavao.
Yo no tengo raices... y las echo de menos. Un post entrañable y educativo.
qué suerte tuvimos las que pudimos disfrutar de los abuelos y abuelas.
Entrañable história, Juli, las estrellas se aprecian poquísimo en la txapela del señor que frente a mí está a mi izquierda.
Mi abuela me contaba como apalizaron a mi abuelo los civiles cuando la guerra civil. Y en cambio su hijo mayor desapareció de la noche a la mañana, un paisano le dijo creerlo muerto en la guerra, en el bando franquista, ella y mi abuelo, según cuenta no lo eran, pero así terminó la vida de su hijo con apenas veinte años, nunca se supo porqué marchó a tal guerra. Me encantaba escuchar a mis abuelos.
Un beso.
´Había perdido el pelícano, jiji.
Me gusta el homenaje a tu Attona. Vivir una guerra es darse de cabeza con todas las mezquindades del mundo. Toda la gente que conozco y la vivió, coincide en pensar que las guerras son inutiles y en acumular cajas de galletas.
Su señor bisabuelo llevaría la txapela con sus estrellas de teniente, más por dar muestra del ideal que profesaba que por sentirse orgulloso de haber estado en una guerra.
Por lo que cuenta...¡¡¡Todo un Vasco y un Carlista!!!.
Salud y Amistad
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