Hoy tenía claros mis objetivos. Debía levantarme temprano para ir a cazar una nueva ETT en Terrassa dede la que me llamaron ayer tarde. Para ello adelanté una hora el despertador y menos mal que tengo una capacidad sensorial extraordinaria para el cumplimiento del deber, porque he recordado al abrir el ojo a esa hora que no había activado el disparo de la radio y el pitidito ese tan molesto que lo acompaña. La cabeza me queda monísima para llevar somberos.
He llegado sin problemas a la estación de RENFE. En la taquilla había dos jóvenes yankees y dentro, defendiendo su guarida, la taquillera impertérrita como un plato de habas -que diría mi padre-. Como veía que lo único que avanzaba eran los minutos, pero la cola no, he hecho de intérprete para las mozas useras, que querían comprarse billete para Tarragona, pero querían hacer escala en Sitges. Al fin he agarrado el tren por sus cuernos y pasando paisajes montserratinos he llegado a la estación de Terrassa, que me ha parecido una población con un centro muy mono. Casas de estilo modernista de principios de siglo XX, calles peatonales, paseantes tranquilos, un carrer dels gavatxons que supongo que a los franceses mucha gracia no les debe de hacer. Como tenía tiempo he merodeado por la manzana donde está la oficina que tenía que cazar y he entrado a tomarme un café en un establecimiento de esa calle -Un café espantoso, por cierto- porque hacía un frío de unas docenas de pares. Además, me he encontrado allá mismo con una sucursal de mi caja de ahorros de toda mi vida, lo cual me ha sacado una sonrisa mientras yo sacaba la tarjeta de débito para ordeñar mi cuenta.
Después de rellenar el enésimo cuestionario para la ett gracias a lo cual ya me sé de memoria mi número de la ss, he salido a la rambla de Egara y un cartel se me ha aparecido: Oficina de turismo. Y entonces he hecho lo que solían hacer mis padres cuando se iban de excursión: Asaltar la oficina y sacarles unos mapas de la zona.
Salía yo con mis folletos turísticos cuando me aborda un fulano calvo con acento ineludiblemente porteño, me planta una vara de incienso en la mano a la vez que va contándome el rollo de que es monje budista que acaba de venir de la India, y yo le hago el gesto de que no me diga más y echo mano a mi monedero con treinta céntimos en calderilla diciéndole con cara de buena chica que sólo tengo eso, ante lo cual pone la mano y me deja de dar el coñazo, que es lo que yo quería. Esto seguro que la saca la sonrisa a mi amor, que ya sabe que tengo poco aguante para los pedigüeños. La verdad es que siempre vienen a mí. Debo tener cara de buena y tonta.
Así que llego al barri, cazando otra ett por el camino. Veo delante de casa una furgoneta de electricista, subo las escaleras y me encuentro con que el moro del segundo (hasta que no le ponga otro apelativo, ese será su nombre) está de obras. El chispas ha sembrado el descansillo y las escaleras de cables, escombros y herramientas, y yo voy pegando zancadas entre los huecos libres mentras el currela sale pidiéndo disculpas y haciendo sitio de paso una vez que yo ya he superado la barricada. Tiene gracia que en este inmueble de 6 pisos, en el que sólo hay 2 vecinos sea justo el vecino de abajo el que está de obras. C´est la vie, mes amis.
Missing (Desaparecido)
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Me reencontré con esta peli a principios de agosto de 2024, en La 2 de
Televisión Española, cuando todavía no estaba apaciguado (¿lo está ya?) el
asunt...
Hace 3 días
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