Ahí te ves con un dolor inenarrable que te troncha la espalda. Ni dar un paso, ni poder ponerte derecha. Te has quedado clavada al ir a anudarte los zapatos antes de salir de casa para ir a trabajar. Descubres que eres incapaz de andar y que el dolor de las lumbares te apuñala sin piedad.
A gatas, pues eres incapaz de incorporarte te haces con el teléfono para avisar a la jefa de personal de que debe sustituirte. Tiene gracia que trabajes en un hospital porque deberás ir de urgencias a que te pongan un calmante intravenoso cuando tu pareja venga a casa, te ayude a caminar y que te acerque. De momento es imposible moverte y te subes a la cama, porque sigues de rodillas, gimiendo de dolor.
L4-L5 y L5-S1 tocadas y hundidas.
Y llega el momento en que necesitas ir al baño a orinar. Pruebas a ponerte en pie, te agarras a una silla y la arrastras como si fuera el andador de una abuela con problemas de motricidad. Vas apoyándote en los muebles y consigues sentarte en el inodoro. Un alivio inmenso, el nirvana que se apaga de golpe porque tienes que volver y lo haces a gatas, que te duele menos. Diez minutos para hacer cinco miserables metros entre el váter y la cama.
Te ha dado fuerte esta vez. Hasta pensar en llegar al ambulatorio a que te firmen la baja te parece una expedición a la cima del Everest: Dura y dolorosa.
Nick Cravat, el secundario acróbata y mudo
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El otro día me acordé de este actor secundario tan expresivo. Solía
aparecer en las pelis donde su gran amigo, Burt Lancaster, hacía de galán
atlético c...
Hace 6 días