Tengo un bló

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Tmeo, la mejor revista de humor

miércoles, 15 de marzo de 2017

La vecina nueva

Bajaba por la calle de anochecida y alguien me chistó como si fuera un chucho. La vecina del primero en bata y zapatillas de casa paseándose por la calle. Esta vecina, "la nueva",  vive en un piso embargado propiedad de un banco que, para que no lo multen, y para lavarse la cara con su obra social, chiste recurrente de los bancos, cedió, a su vez, a una fundación para los pobres comandada por la ociosa esposa de un rico industrial de la zona, famoso por hacer ositos de metales nobles. Como nadie da puntada sin hilo, la fundación está para poder justificar gastos a hacienda. En un piso de estos vive mi vecina "la nueva".

Mujer entre treinta y cuarenta años,  en riesgo de exclusión social, por lo que se ve. No duda en amenizar las veladas del vecindario con su voz cazallera explicando sus historias, como esa que cobra una pensión vitalicia que son dos terceras partes de mi sueldo. Como no madruga, no le importa alargar sus serenatas con los gandules de la calle hasta altas horas de la noche. Acompañándose de su dulce y aterciopelada voz de sargento chusquero, nos deleita con sus monólogos que provocan las risas del respetable, pero irrespetuoso público, que no mira por velar el sueño de los vecinos que han de madrugar porque nadie les pasaría una pensión y deben ganarse el sustento con el sudor de sus frentes y la fuerza de sus músculos.

La vecina que no acude a la reunión de vecinos del edificio, que se hace en la calle, pero las ameniza desde su tribuna, que es la ventana de su casa, ponderando todo lo que se dice y alegrándonos la mañana con el anuncio de que "por fin se va de la casa el mes que viene", desde hace unos cuantos, ya.

La vecina "nueva", esa que habla a voz en cuello y suena por todas las escaleras, sin importarle un pito que sea un martes a las dos de la mañana, que pone la tele a todo trapo a cualquier hora del día o de la noche, esa que baja en taxi hasta la calle y que compra tabaco de marca cara en el estanco, esa vecina me chista:

     - Hola. ¿No tendrás diez euros para dejarme? Que tengo a mi sobrino malo y tengo que ir al hospital, y no tengo para el taxi.

Atónita, sopeso la situación. Son apenas las siete de la tarde, y aún circula el autobús que te deja en la puerta del hospital, pero la señora marquesa no querrá andar quinientos metros hasta la parada. Me pide, con todo el morro, pasta con una excusa absurda, porque su sobrino, con el que no vive, estará con alguien allá, vamos, digo yo.

Se me ocurre una idea.

     -Espera, creo que tengo...- meto la mano en mi bolso y ella fija sus ansiosos ojos en él- ...un bonobús con un viaje.



Lo saco y se lo planto en su cara de fastidio. Lo acepta a regañadientes. No se atreve a pedir más. ¡Sólo faltaría que lo hiciera! A saber para qué quiere esta tía, en bata, zapatillas y pijama diez euros. ¿Se habrá ventilado a mediados de mes la pensión a base de winston y copazos?

4 comentarios:

Emilio Manuel dijo...

Una pequeña historia. Hace tantos años que casi ni me acuerdo, viví en los Madriles, todas las semanas preparaba el petate y salia a ver a mi mujer e hijas pequeñas en la estación del Sur de Autobuses, la primera semana me paró un tío y me pidió unas pesetas, aunque no había euros, para pagarse el bus, el jodio tío se tiró todo ese año pidiéndome todos los fines se semana unas pesetas con el mismo cuento, manda cojones.

Otra cosa ¿quien es el de los ositos?.

Saludos

Juli Gan dijo...

Había un yonki en la estación de autobuses de San Sebastián que siempre pedía para ir en bus. Cuentan que alguien muy harto le contestó que con la de tiempo que andaba pidiendo para el bus, ya se podría haber comprado un coche. El del osito es el señor Tous, joyero.

Emilio Manuel dijo...

¡¡Joder que torpe!!. Se que osito es, problemas de la edad.

Siempre suya dijo...

Vaya colegueo Juli.... Ánimo!!!!