jueves, 6 de marzo de 2014

Taquillas, pero no de cine

Cuando entras a trabajar a un lugar nuevo, si es que todavía hay alguien que lo consiga, suelen mostrarte tu sitio, tus tareas y presentarte a tus compañeros, en el caso de tenerlos. Lo que nadie te cuenta jamás es a quién pertenecía tu taquilla del vestuario antes que a ti. Eso en el caso de que lo tengas, trabajé durante ocho años en un lugar donde no tenía derecho a taquilla con llave porque no tenía plaza en propiedad. Por lo visto eso daba derecho a que pudieran meterse en mi taquilla y chorizarme, por ejemplo real, un número del fanzine mondo brutto, del que jamás volví a saber.

Esa ignorancia sobre anteriores usufructuarios de las taquillas hace que resulta imposible conocer al dueño de esa prenda colgada de una percha para toda la eternidad. En la mía habita, desde hace más de un lustro, una chaqueta de punto de color granate que está más abandonada que un chucho al comienzo del verano.

Esa es la guardiana de mi taquilla, la chaqueta sin amo.

Un compañero, y sin embargo amigo, a pesar de que esta dicotomía no suele darse, encontró dos lustrosas botas del ejército de tierra encima de su taquilla, abandonadas por su anterior dueño, que ya tinene que tener una edad, pues hace tiempo que nadie pasa por el trago de verse sometido a vilipendios castrenses por parte de animales de bellota que se creen algo por ser sargentos chusqueros sin otra instrucción que la de pasearse por el patio a la voz de "un, os, es, aro" (Que os lo creáis o no significa uno, dos, tres, cuatro) Un día os contaré mis vivencias como chica con noviete haciendo la mili en extinción.

Pues eso, que las limpió, las desinfectó, las lustró y les puso cordones nuevos, porque, encima, resulta que eran de su talla. Y ya tenía botas de punkie en vez de tener que comprarse unas dr. Martens en tienda, o que alguien se las trajera del establecimiento londinense que hay en Covent Garden, delante del mercado.

Claro que era un poco peor cuando no había vestuarios diferenciados por género y teníamos que hacer turnos para cambiarnos, y entrábamos detrás de ese inefable compañero, enemigo acérrimo del agua y jabón, que dejaba al descubierto sus calcetines dentro de sus zapatos, cuyo aroma era puro gas mostaza y convertían el ambiente en irrespirable. De ese sujeto sí sabíamos su existencia, pues la pestilencia de sus pinreles podía romper el medidor de cualquier contador geiger. Nunca sabremos si la grasa que se untaba en su cabello la producía él mismo de manera natural o mezclando aliños varios de ensalada. Será mejor que aparte de mi mente el recuerdo de este compañero desaseado, menuda joya de tío, y vuelva a la cruda realidad del fondo de mi taquilla actual.

Nadie, ni los más viejos del lugar, de esos tan viejos que tienen contrato fijo, saben decirte de quién es esa prenda que luce desafiante en la percha de tu taquilla, reclamando su sitio, pues estaba antes de que tú le metieras tus enseres. Y estoy convencida de que no soy la única que se ha encontrado con sorpresas a la hora de abrir el armarito donde, durante la jornada laboral, cual cabina de Supermán, nos vestimos con nuestra otra identidad mientras ponemos a salvo la auténtica.

4 comentarios:

  1. Hoy todo es volátil, nada es fijo y ni se te ocurra exigir, porque en la puerta hay tropecientos que le lamen la suela al jefe.

    Me sorprende lo de la taquilla, ya que las empresas que he visitado y en las que he trabajado todos los trabajadores fijos o no, tenían su taquilla limpia cuando entraban por primera vez a currar, es más la ley de prevención te habla de una taquilla por persona, claro que hablar de derechos en los tiempos que corren es contar un cuento chino.

    Un abrazo

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  2. Antes de mi, el diluvio universal. Después de mi, que llueva.

    (En mi trabajo sí se sabe quién estuvo antes).

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  3. Fijos o eventuales todos los que por su lugar de trabajo precisan cambiarse tienen taquilla con nombre y llave, y lógicamente cuando alguien empieza la recibe vacía y limpia. Creo que es lo más lógico.
    Sobre la chaqueta ocupa, creo que después de un lustro algún derecho debes tener ya sobre ella, darle el pasaporte sería lo más adecuado a no ser que le hayas cogido cariño y la quieras meter en la lavadora ;-))

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  4. En mi curro tenemos cajoneras sin llave. Tuve una baja prolongada y la que contrataron para sustituirme me la dejó llena de mierdas, sobres de té deshechos, galletas caducadas y mierda por doquier.
    Desde entonces me agencié una llave y declaré el lugar libre de guarrxs indeseables.

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